Antes, 'el Chicle' era una barriada enfangada llena de gente de bien con ganas de comerse e El Portal. Ahora, tenemos que aguantar que se trata del mote personificado del mayor diablo mediático conocido en los últimos años allá por las Galicias. Las Torres, como proyecto urbanístico, era una de las alternativas más kamikazes a los rascacielos neoyorkinos. Ahora, se ahogan achicadas, frente a las cloacas de un hospital que, día a día, no sale de la UCI. La Granja llegó a ser incubadora de parejas en edad de procrear y se ha quedado a las puertas del infierno de gente 'sin Techo ni Comida'. La plaza del Arenal siempre ha sido centro neurálgico de una ciudad en ciernes, pero ahora es la más pueblerina de las plazas de pueblo de la Baja Andalucía. El Altillo, sinónimo de semblanzas victorianas de la protohistoria del siglo XIX, ha pasado a ser zona comercial de la cocina nacional. Sin olvidarnos de la Alcubilla, Cristina o Madre de Dios, que eran nudos de caminos hacia la libertad provincial y se han quedado en floripondios de atascos circulatorios a todo plan.

Hace lustros, la plaza del Carbón tenía enjundia; ahora es el epicentro de una barra comercial de comas etílicos auspiciados por las naciones unidas del alcohol, al igual que le pasa a la plaza Plateros o Tornería, ya sin judíos pero, eso sí, con mucho vaso largo. El Guadalete era un río de batallas épicas históricas. Ahora, la mejor de las justificaciones para los fondos europeos. El Alcázar era fortaleza. Ahora, refugio de cabalgateros. La barriada España, el museo de las calles taurinas por antonomasia. Ahora, los corrales de un coso taurino fantasmagórico.

La llegada de los Reyes siempre era el día 5 por la noche; ahora, los meteorólogos la intentan cambiar a esta noche. Menos mal que los magos saben sacar conejos de la chistera. Y caramelos y chicles. Porque a este ritmo...

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