Pues sí, mi querido y joven amigo, la vida te mostró su cara más cruel a una edad tempranísima. Has sabido de repente de sus golpes (y perdona esta infeliz coincidencia) y de que, además de la fatalidad, existe quien es capaz de dañar a un inocente. Pero, como entenderás, no seré yo quien lo juzgue, Dios me libre, sino un juez que, espero como esperamos todos, aplique la ley con todo el rigor.

Pero no quiero hablar de él. Quiero hablar de ti, de tu sueño, que aún pervive a pesar de todo. Y de ese valor y esa fuerza que deben ser ejemplo para quienes no tienen nunca arrestos para enfrentarse a las dificultades.

Te admiro, Aitor. Te admiro por tu fuerza, por tu madurez impropia de un crío como tú. Te admiro por tener tantas ganas de vida, por seguir anhelando correr por un campo de fútbol, dar patadas a un balón y marcar goles por toda la escuadra, con la camiseta del Barcelona, del Madrid o la de los Marianistas.

Tengo la absoluta certeza de que, con tu fe y tu vitalidad, serán los que te rodean los que salgan adelante. Serán tus padres quienes aún te amen más de lo que lo hacen. Serán ellos quienes, a pesar de todo, te verán crecer (por suerte puedes contarlo). Serán ellos quienes digan: este es Aitor (y los tiene muy bien puestos, añado yo).

Deseo de todo corazón que tu recuperación sea lo más rápida posible, que estés rodeado siempre de todos aquellos que te quieren, incluso de aquellos que, como yo, no te conocen. Pero que te quieran, pero no que te tengan pena. Huye de la tristeza, de la compasión de los demás. Necesitas cariño, pero no dar lástima. Tú eres fuerte, muy fuerte. Más que todos los héroes en los que crees cuando los ves saltar al campo en la tele.

Sigue soñando, mi pequeño amigo. Sé valiente como hasta ahora y sigue chutando fuerte. Así, con un par, Aitor.

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