TRIBUNA

Juan / De La / Plata

Compañeros de la misma generación

Liaño y yo éramos de la misma generación, de la misma quinta periodística. Los dos empezamos a escribir, en el diario 'Ayer', sobre finales de los años cuarenta del pasado siglo. Y más tarde pasaríamos a 'La Voz del Sur', para recalar por último en Diario de Jerez, desde que éste comenzara a editarse, hace veinticinco años. Manolo, desde sus comienzos, ya era un periodista vocacional, polivalente diría yo, porque escribía de todo. Especialmente le gustaba hacer muy buenas entrevistas y, sobre todo, había dos temas que le gustaban sobre manera: los toros y las cofradías. Aunque también escribió mucho de teatro y de fútbol. Le gustaba la zarzuela y a ella dedicó muchas crónicas, cuando pasaban por Villamarta 'Los Ases Líricos', con Purita Jiménez, Astarloa, Fernando Heras y Tino Pardo, las cuatro grandes figuras de aquella compañía que tantas buenas temporadas de zarzuela trajeron a Jerez.

Manolo Liaño, compañero de exquisita educación, adquirida en los hermanos de La Salle, de lo que presumía, era un hombre culto, hecho a sí mismo, con una bien ganada reputación profesional, adquirida con el paso de los años, ejerciendo de crítico taurino y de conocedor de todos los secretos de las cofradías de Semana Santa de las que le gustaba informar al detalle de todos sus problemas, historias y estrenos. En ese mundillo cofradiero se ganó muchos amigos, lo mismo que en el taurino. Nacido y criado en el barrio de San Pedro, el de La Albarizuela, como a él le gustaba llamarlo, fue amigo personal de Juan Antonio Romero, al que bautizó con el sobrenombre de 'El Ciclón de Jerez', cuando en sus comienzos lo apadrinaba el inolvidable aficionado Ignacio el del Istmo.

Una cualidad que destacaba en el diario acontecer del ejercicio profesional de Manolo Liaño era el enorme celo que ponía en conseguir verdaderas primicias, lo mismo en el terreno taurino que en el cofradiero. En éste, sobre todo. Y todo el año se preocupaba de estar en permanente contacto con los hermanos mayores de todas las hermandades, siempre a la espera de una noticia que poder difundir, antes que nadie. Unas las conseguía in situ, otras por teléfono y muchas en la propia redacción, a la que solían acudir a darle toda clase de detalles los propios interesados.

De ello sabía mucho su vieja máquina Olivetti, que no se jubiló, hasta que Liaño dejó de teclear en ella, cuando los pícaros años le obligaron a retirarse del periodismo activo. Pero con ella había llevado, día a día, el pulso de nuestra ciudad, desde su mirador de la calle Larga, en el que tantas noticias, chicas, grandes, más o menos curiosas, solían buscar en sus crónicas diarias sus numerosos seguidores. Era algo así como el cronista de la vida menuda y entrañable de Jerez. La pequeña historia de cada día, servida con elegancia y dedicación por el más veterano de los periodistas jerezanos.

Compañero de la misma generación, cuya firma era garantía de honestidad y respeto a la más rigurosa verdad. Si lo decía Liaño, eso iba a misa. Cada Semana Santa se pateaba nuestras calles, para mejor informar de los desfiles procesionales. Lo mismo que, antes, durante muchos años, estuvo asistiendo a cuantos espectáculos taurinos se dieron en las plazas de Jerez, El Puerto o Sanlúcar. Incluso, hasta Sevilla, hubo temporadas que llegó, para ejercer su ponderada crítica de cuanto acontecía en las corridas de su Feria; escribiendo también de toros, para el famoso semanario 'El Ruedo', del que fuera corresponsal, durante muchos años.

Con Manolo Liaño se nos ha ido un gran periodista, enamorado de Jerez y de sus cosas; un magnifico compañero y un hombre educado y bueno, que supo dejar una estela de bien hacer y de elegantes maneras, a lo largo de toda una vida, dedicada por entero a su vocación de periodista.

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