Como si fueran bichos. A esas azafatas que decoran con sus cuerpazos las vistas del circuito cuando hay carreras de motos las tratan igual que si fueran animalitos indefensos. Al menos así parece que las consideren quienes, desde el Ayuntamiento de Jerez, con tal de protegerlas, pretenden decidir por ellas y quieren impedir que trabajen con poca ropa, llevando una sombrilla y bamboleando las suyas propias por las curvas que ya tiene la pista.

El tiro les sale por la culata pues, intentando que las veamos como personas -no como cachos de carne- lo que hacen es equipararlas a los monos del circo, que por no tener capacidad para decir esta boca es mía, necesitan ser defendidos por las protectoras de animales.

Sabemos lo que piensan estos concejales tan paternalistas sobre las azafatas macizas, pero no sabemos lo que piensan las aspirantes a ser azafatas macizas sobre aquellos concejales que, para impedir que haya mujeres-objeto, caen en la paradoja de tomar las decisiones que deberían tomar ellas mismas.

Según el ideario que cada cual profese, puede parecernos humillante que a estas chicas les impidan trabajar en vaqueros y con unas manoletinas. Aunque quizás a ellas no les parezca humillante ir enseñando las cachas y lo que sí se lo parezca sea trabajar de telefonista, de maestra o como misionera en Sudán. Pero como hemos quedado en que su opinión no contaba, seguiremos con la duda.

Es lógico que una jueza se sintiera humillada si la presionaran para dictar las sentencias en biquini. O que una diputada considerara vejatorio que la obligaran a pasear por el Congreso en pantaloncito corto y con unos taconazos imposibles. Pero que unas modelos trabajen como modelos no acaba de parecer descabellado. Salvo que estuviéramos hablando de Arabia Saudí, claro, en cuyo caso todo encajaría, porque allí, con tal de proteger a las mujeres del Mal, tampoco las dejan ir ligeras de ropa. Ni viajar solas. Ni conducir.

Es justo reconocer que trabajan con el cuerpo, pero eso no debe sorprendernos porque con el cuerpo no solo trabajan las modelos, sino también los fontaneros, las bailarinas y esos señores musculosos que se embadurnan de aceite para practicar el culturismo (a los cuales, por cierto, ninguna asociación ha pedido aún que dejen de hacerlo por la imagen terrible que ofrecen del hombre actual.)

Los trabajos indignos abundan porque el propio concepto de trabajo es ya en sí mismo un poco indeseable. Por eso, mientras no se incurra en delito, habrá que dejar que la gente se gane la vida como buenamente pueda, ya sea despechugándose para dar sombra a los pilotos de carreras, o mirando al infinito sin mover una ceja, que es como se la ganan los guardias reales en Buckingham Palace.

Y es que abundan las personas que cobran un sueldo por permanecer como pasmarotes. Lo malo, con todo, no es que haya gente que haga de florero en el mundo del espectáculo. Lo malo es que haya floreros en el mundo de la política. Y vaya si los hay. A montones.

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