Condena conyugal

No hay mucha base real para hablar de impunidad de la Infanta ni para sostener que se haya ido de rositas

Escribía ayer que estaba deseando leer la sentencia del Tribunal Supremo que condena al profesor pródigo que regaló un sobresaliente a una alumna. En cambio, la sentencia del caso Nóos no me interesa tanto. Sobran voluntarios a perseguir implacablemente la corrupción económica, como si fuese la única que hay. Lo que me permite cederles el paso, con el alivio de saber que no hago falta. La corrupción es muy fea y, si los jueces, los fiscales, los medios y la opinión pública hacen su parte de trabajo a conciencia, yo bien puedo escaquearme.

Aunque no hay manera de hacerlo del todo: ¿cómo escapar de los comentarios virales? A mucha gente le está pareciendo fatal que la Infanta Cristina, ex duquesa de Palma, no haya sido condenada. Debe devolver el dinero del que se benefició, ha pasado un calvario mediático, su familia le ha dado la real espalda y ha tenido que escuchar cosas bastante vergonzosas de su marido y padre de sus hijos. Poco no es.

Pero es que, además, a los que quieren más madera se les olvida una cuestión que, para mí, está en el centro mejor de esta historia. La inquebrantable fe de la infanta en la unión conyugal. Tuvo que aguantar todo tipo de presiones bastante fariseas para que se divorciase, haciendo de la ruptura un cortafuegos del escándalo. Ella se negó a renegar de él. Como en las matemáticas, negativo sobre negativo: positivo. Ha dado un ejemplo impagable.

Por supuesto, para esa ejemplaridad era imprescindible que Urdangarín no fuese ejemplar. No tiene mucho mérito estar al lado de un marido intachable. Como dijo el Dr. Jekill (y Mr. Hyde): "Quiéreme cuando menos lo merezca porque será cuando más lo necesite". Ahora no recuerdo si escribí en su momento contra la boda o sólo me dejé caer, pero me resultaba un enlace como poco arriscado. La mayoría entonces lo aplaudió, aunque yo no. Ahora la infanta Cristina ha sabido redimirlo pasando por las horcas caudinas del error y la vergüenza, bajo un abucheo generalizado.

Así las cosas, no creo que haya demasiada base para hablar de impunidad ni para sostener que se haya ido de rositas. O serán rositas con muchas espinas, porque su marido ha sido condenado y muy probablemente entrará en la cárcel. En la salud y en la enfermedad, en la prosperidad (un tanto marrullera) y en la adversidad (por sentencia firme), Cristina ha ido a una con Iñaqui. Estoy seguro de que ahora ella no tiene nada que celebrar.

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