El cuentahílos

Carmen Oteo

Correspondencias

MI marido tuvo la purgante idea de pedir a los Reyes Magos que yo dejara de fumar y se quedó tan pancho. Por corresponder en el fastidio, opté yo por pedir a sus majestades que nos apuntáramos a una piscina. La cosa quedaba así bastante igualada y quimérica.

Debimos portarnos muy bien porque aquí nos tienen, pasado un duro mes, a mí sin fumar y a los dos con las yemas de los dedos arrugaditas como garbanzos. Ninguno ha pedido el divorcio y fingimos ambos que nos va de maravilla, pero nos miramos expectantes ante una posible claudicación. ¡Ay, qué bonito es el amor cuando se vuelve tan exigente y malvado!,- me dice con sorna una buena amiga.

Para demostrar mi férrea voluntad, tengo un paquete de tabaco en la misma entrada de casa, muy cerca de donde pongo las llaves al entrar. Mi marido me observa si lo miro con ojitos de deseo o de desprecio pero mi mirada se vuelve indescifrable y perdida, como la de quien sufre mal de amores.

En cuanto a lo de nadar, hemos pisado por primera vez una tienda de deportes para hacernos con un equipo de natación en condiciones. Qué de gorros, gafas y tapones. Mirando por la economía familiar insistí en que debía ser todo muy barato por si desertábamos a los tres días, como pasó hace unos años con las bicicletas. En un pis pas nos hemos hecho socios de un gimnasio y pertrechado de un buen equipo que es tanto como apostatar de nuestras creencias.

Las piscinas cubiertas siempre me han olido a cubo de fregona, a detergente revenido al calor húmedo de las calderas de Pedro Botero. Ahora son más modernas y hasta se puede respirar. El primer día nos dio un ataque de risa a los dos que aún nos dura y yo me tiré la mitad del tiempo sumergiéndome en el agua cada vez que veía a alguien conocido.

Nunca pensé que a mi marido le costase tanto que yo dejara de fumar. La piscina nos está apulgarando y tenemos unas agujetas terribles de tanto reír.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios