Cuesta de enero

Hay un placer visceral y otros más racionales al ver a los poderes negociando sus presupuestos

Para las familias, la clásica cuesta de enero se ha diluido en el repecho perenne del año. No se nota un esfuerzo especial o, incluso, es menor que en septiembre, con la cuesta del inicio del curso, o en junio, con Hacienda a las espaldas. La cuesta a la que me refiero es la de las administraciones públicas que tienen que cerrar de una vez sus presupuestos, que se les resisten, como a todos. "Mal de muchos, consuelo de tontos", es lo primero que piensa uno, viendo que a los grandes y a los medianos les cuesta cuadrar las cuentas tanto como a los chicos. Es como lo de la democracia de ultratumba de Jorge Manrique, pero pasando por caja (por otra caja).

Hay consuelos menos tontos. Borges alertó de que el dinero confunde los deseos con la realidad, esto es, que la falta de dinero es el principal principio de realidad. Teniendo en cuenta cómo acaban las utopías políticas, es un alivio pensar que la falta de presupuesto les ponga coto. Todo el jaleo gore de El estudiante de Salamanca termina con "el bullicio y rumor de los talleres", y es esa la música que nunca deben acallar los himnos de las ideologías. Recordarlo hoy, que acaban definitivamente las vacaciones y cada cual vuelve a su taller, no está mal. En De noche, bajo el puente de piedra, la joya de Leo Perutz que no me canso de recomendarles, la tensión de fondo se establece entre el poder imperial de Rodolfo II y su imperiosa falta de dinero, que ha de suplir el judío Meisl. El tercer vértice del triángulo narrativo es la belleza de Esther, pero hoy no viene a cuento, o a cuentas.

Hemos de vigilar el endeudamiento de las administraciones públicas por tres motivos. Por la Ecuación de Micawber, de Dickens, que, cada vez que hablan de déficit, me pongo a recitar como un mantra: "Ingresos anuales de veinte libras; gastos anuales de diecinueve noventa y seis; resultado: la felicidad. Ingresos anuales, veinte libras; gastos anuales veinte libras y seis peniques; resultado: la miseria". En segundo lugar, porque la factura de cuadrar los números nos la van a pasar a nosotros o a nuestros pobres hijos. Pero también porque ceñirse al presupuesto es una garantía de racionalidad y sentido común.

En resumidas cuentas, verles entretenidos con las cuentas nos da la seguridad de que están dándose un baño de realidad (más que higiénico) y que, además, no están, mientras tanto, como se dice de los niños, haciendo otras cosas.

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