HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Culturas al acecho

La primera vez que quien escribe tuvo noticia del multiculturalismo como novelería yanqui fue hace más de 20 años. La teoría, en breve, es así: Las personas de distintos orígenes, raza, religión, lengua y valores pueden convivir en paz en una sociedad que aprenda a mirar por encima, sin prejuicios, de las fronteras separadoras trazadas por estas circunstancias, con una mirada nueva y una manera híbrida de pensar que mejoría el mundo. (La teoría es mucho más compleja que lo dicho en cuatro líneas.) Robert Hughes cita unos versos de Horacio para combatir el multiculturalismo por antidemocrático y separador: "Quienes cruzan el mar cambian de cielo, pero no de alma." Se tomó la diversidad de orígenes de los estadounidenses y se creyó exportable y universal, sin tener en cuenta que el concepto de nación en el alma norteamericana es aplastantemente común y fuerte, sin cabida para la idea de provincias culturales.

El multiculturalismo, como anunciaba Hughes, fracasó en Estados Unidos mientras Europa continuaba insistiendo en el imposible. Los progresistas europeos, llamados de izquierda, hicieron suya una idea retrógrada: el multiculturalismo nos llevaría a la utópica hermandad de todos los hombres y, apoyando a los nacionalismos del metro cuadrado, rompería el alma de la vieja unidad cultural europea, conservadora y reaccionaria. A la vista está, en palabras del autor citado, que el uso y abuso de la herramienta de la división no hizo sino romper la herramienta. Las guerras pasadas y futuras de Oriente Medio y de los Balcanes son ejemplos diáfanos del fracaso multiculturalista. Europa, y su izquierdismo de cámara apartado de la realidad y de los sentimientos de la población, se empieza a rendir ante la evidencia de que hemos estado corriendo tras de un espejismo que nos ha llevado al borde del precipicio.

La primera, no en darse cuenta, sino en decirlo, fue la canciller alemana, al reconocer en público que Alemania se había equivocado al pensar que era posible absorber otras culturas a cambio de nada. Luego fue el presidente de la culta y democrática Francia, madre de revoluciones y curada de espanto, quien dijo a los inmigrantes y a sus descendientes que deben aceptar como propios los valores de la sociedad que les acoge y asumir la identidad nacional francesa. El primer ministro británico ha sido el último en alertar sobre el fracaso del multiculturalismo, recordando que las consecuencias de tolerar determinadas ideas han llevado a muchos jóvenes a ser presas del radicalismo islamista. Pero, ¡ay!, los tres mandatarios que nos han avisado son de derecha, y ¿puede la derecha razonar con orden y ser democrática? Las ideas erradas, aunque acaben por desaparecer, tardan en diluirse. La prole del casorio morganático entre izquierda y progreso no quiere renunciar a su eternidad en el infierno de las buenas intenciones.

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