HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Democracia por ensalmo

De las revoluciones no salen democracias, ni la democracia es la revelación a un iluminado que la transmite luego al pueblo por alucinación colectiva. De las guerras civiles tampoco nacen democracias, venza quien venza, sino gobiernos fuertes y con autoridad para poner orden en el desastre. La democracia no llega en un santiamén para asombro de las muchedumbres, sino por un proceso histórico lentísimo, de siglos, y no en paz y con general asentimiento. Las revoluciones, casi siempre revueltas, las dirigen las clases ascendentes, generadoras de riquezas, que quieren participar en el gobierno de la nación, enfrentadas a los estamentos que les cortan el paso. El camino a la democracia está lleno de guerras y de cadáveres, pero se acabó por aceptar en Europa y en los países de cultura europea como mal menor, como sistema político tolerable para evitar una perpetua guerra civil y conjurar las revoluciones como deporte sangriento.

Los sistemas políticos anteriores a las democracias modernas no eran tiranías, como se empeñó en repetir el romanticismo burgués de los nuevos ricos, sino una sociedad estamental y jerárquica, en la que nadie se sentía esclavo de nadie. La gente se sabía libre en una desigualdad más o menos justa y no se había inventado aún, ni se hubiera aceptado, el igualitarismo que es, además de injusto, imposible. Como se trataba de hacer partícipe en los gobiernos a los creadores de riqueza y a las élites intelectuales, que son las que preparan las revoluciones y no el pueblo conservador, en principio el voto fue censatario: quienes no pagaban impuestos y los analfabetos no podían gobernar a los demás. Las tiranías se han soportado mal en todos los tiempos y no han durado mucho. Dos milenios antes de Cristo, el joven rey Gilgamés es castigado por los dioses por gobernar tiránicamente. Aprende la lección y se convierte en benefactor de su pueblo de Uruk y en héroe de epopeya. Ha pasado tiempo.

La democracia perfecta no existe porque para serlo todos los hombres tendrían que ser iguales en inteligencia y sabiduría, criterio y entendimiento, talento y juicio y, como es de sentido común, tales uniformidades no existen. Sobre los endebles cimientos de la desigualdad natural se sustenta el sufragio universal. Aceptamos el juego de buen grado. Pero no se diga que los pueblos luchan por la democracia y la libertad, porque nadie corre tras abstracciones. Comprensible es una revuelta por la subida del pan, concreto y necesario. Por todo esto se habla tanto de democracia, y porque es un sistema con innumerables interpretaciones vagarosas. Las cosas que están claras no se discuten. Las democracias son engañosas, pero no se ha inventado otro sistema mejor, y, a pesar de ello, es muy dudoso que sea por el que luchan las naciones del norte de África, a mitad de camino del largo y lento proceso que culminó en Europa con las democracias.

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