Ojo de pez

Pablo Bujalance

pbujalance@malagahoy.es

Desobedecer

La desobediencia de Rosa Parks se tradujo en derechos. Trasladar esto al patriotismo catalán es un atropello

Con esto del embrollo catalán volvemos a estar entre aquello de vencer y convencer, pero una cosa es ampararse en el no sin más, con vocación marmórea, y otra explicar las razones de este no. Y es aquí donde quienes ven caer la tostada por el lado de la unidad de España no están siendo, creo, suficientemente claros. Si un alcalde graba un vídeo en el que hace trizas una citación de la Fiscalía mientras apela a la desobediencia, alguien tendría que aclarar por qué aquí la desobediencia no es una opción ética ni legítima. El problema es que, en este caso, la decisión de desobedecer a la autoridad entraña una épica que a más de cuatro bien agradecidos les pirra lo que no está escrito, con una consecuencia funesta que es la degradación sin paliativos del derecho a la desobediencia, que existe y está amparado por el derecho internacional. Que los indepes rindieran homenaje a Rosa Parks en la Diada es un escándalo, pero lo es aún más que nadie haya puesto en su sitio a los usurpadores por semejante apropiación. Rosa Parks desobedeció una ley y su actuación se tradujo en una consecución de derechos. La opción de muchos insumisos permitió que en España se contemplara la figura de la objeción de conciencia. Los trabajadores disfrutamos hoy de vacaciones pagadas porque alguien, en su momento, desobedeció una ley. Pero trasladar esto al patriotismo catalán es un atropello que debería ser sancionado.

La desobediencia resulta legítima cuando se pierden los derechos fundamentales. El derecho a vivir, a trabajar, a la igualdad, a disponer de alimentación, educación, sanidad y vivienda. Y a formar parte de una nación. Quienes airean las banderas de la ruptura en Cataluña tienen garantizados todos estos derechos. También el de formar parte de una nación llamada Cataluña. Incluso disponen de un Estado desde el que podrían generar una legalidad proclive a un referéndum de autodeterminación, igual que a una normativa que garantice el derecho a la vivienda a las víctimas de un desahucio. Lo que no puede defenderse es el recurso a la desobediencia porque quien gobierna en España no nos gusta. Porque la democracia también consiste en aceptar la posibilidad de que gobierne quien no piensa como nosotros. La corrupción, por cierto, tampoco nos gusta a quienes rechazamos las patrias.

Lo peor es que, al aceptar la desobediencia a tenor de un capricho, de no querer ser como el resto, de creerse ungidos por un mérito singular con destino propio, el derecho queda violado, vacío, desprovisto de contenido. Sin posibilidad de volver a apelar a él cuando realmente sea necesario.

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