No fue mala idea poner el Día Internacional del Emigrante en un mes frío y en fecha cercana a la Navidad, cuando las sensiblerías y las ternuras parecen virus de invierno. No somos insensibles a los éxodos dramáticos de los pobres del mundo ni a la picaresca que los acompaña, ni a las invasiones solapadas para minar desde dentro un modelo de sociedad y una manera de vivir, ni siquiera a las descaradas migraciones históricas, como la de los hunos o los vándalos. ¿Qué podemos decir de las migraciones que no sea de conocimiento público? Todos somos descendientes de emigrantes. La existencia de aborígenes es un mito, o es indemostrable, que es lo mismo; y la de los indígenas un escalón jerárquico inferior en relación con los aborígenes y, en no pocos casos, un argumento sacaperras para los llegados después. Para que el hombre se sienta sentimentalmente unido a la tierra donde vive basta una o dos generaciones.

Dudo de que los aborígenes por antonomasia, los primitivos australianos, quieran que el perverso hombre blanco se vaya del territorio y los deje en pelotas, más parecen querer gobernar al hombre blanco por el sistema del civilizador blanco. Universidades, autopistas, aeropuertos, bancos, ciencia y tecnología, y las conquistas que están en la mente de todos, no son cuestionadas ni desdeñadas por los pueblos que entran en contacto con esos avances, buenos y malos. Hasta ahora no he oído reclamaciones del taparrabos, ni de los sacrificios humanos, ni de la vida corta, ni de los parásitos y enfermedades endémicas, salvo en el folclore. Los emigrantes de Olduvai no estuvieron contentos hasta conquistar las formas de vida de los lugares a los que emigraron e imponer las suyas. Son más rápidas, mucho más rápidas, las catástrofes humanas causadas por las migraciones que las de un cambio climático lejanísimo.

Es probable que los apocalípticos nos hablen tanto del cambio climático para esconder el miedo a los verdaderos peligros que nos acechan, entre los más temibles las migraciones. Queremos dar la imagen, inhumana en cuanto que no se corresponde con la naturaleza humana, de que somos tan buenos, tan tolerantes, tan civilizados, tan modernos y progresistas, que estamos preparados para renunciar a nuestras costumbres por tal de que prevalezcan las de los que llegan de fuera; dispuestos a atacar a nuestras tradiciones culturales y formas de vida para que las culturas y los distintos ordenamientos sociales de los recién llegados se impongan a los nuestros; a no imponer nuestras leyes porque en los países de donde vienen los nuevos habitantes de España, y sus religiones, tienen otras. Se ha instituido el Día del Emigrante para recordarnos que seamos generosos y compresivos con ellos sin exigirles a cambio que ellos lo sean con nosotros.

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