Resulta asombrosa la incapacidad que tenemos a veces -algunos, siempre-para escuchar a otros, en particular cuando de lo que se habla es personal y no profesional. Sucede cuando se dialoga -es un decir, en muchas ocasiones, ya digo- sobre asuntos triviales como Cristiano frente a Messi, la última peli de Clint, nuestro pequeño deporte amateur, la relación calidad-precio de aquel vino o el relato completo de tu combinado Praga-Budapest en esta Semana Santa. Algunos ostentan un rotundo liderazgo en eso que llaman en deportes de equipo "posesión de pelota" a la hora de hablar de todo y nada. No suelen escuchar, y ni siquiera lo fingen: otros, más corteses y generosos, impostan la atención; cabecean y sacan morros de asentimiento, pero no escuchan: ni siquiera cumplen la condición necesaria: oír. Cuentan con que el pesado no exige tanto la atención como disponer de un sparring o un sumidero con patas para su verborrea.

Una variante del cometarros de barra o tertulia temática, y no digamos si discurren entre vidrios espirituosos, es el prototipo que podemos llamar "Dices tú de mili", con permiso de José Mota. Y es que si hay algo en lo que -entre hombres, dado el caso-no se pone atención al interlocutor, eso es en los relatos del servicio militar; un asunto, por cierto, que cada menos varones podemos sacar en charleta de amigos y comentarios. Sólo se espera a meter baza y contar tus guardias, tu pernocta y cómo te camelaste al cabo furriel. Besugos de caqui y cerveza jugando al frontón comunicativo. Hay dicestudemilis de alcohol, sí. Otros compulsivos irrecuperables, son incapaces siquiera de esperar a volver a hilar su conferencia justo en el punto en el que, rabioso, se vio obligado a ceder la bola. Puede que no sea siempre mala educación: quizá no fueron diagnosticados TDA cuando a algunos pobres niños se los reducía a la condición de trasto. Y hay, sin ánimo de ser exhaustivos en la taxonomía, dicestudemilis de decálogo, discos rayados de sus ideas. No son jugadores en el frontón dialéctico: son el frontón mismo. Es el caso de los indepes catalanes: de su muy bien argumentado ombligo no salen. Y encima hay que aguantarles que -en una típica estrategia adolescente- la culpa sea de su severo padre contrario. Aunque los catalanes estuvieron exentos de levas militares en algunos periodos de la historia de España, son mucho de su mili, de contar sólo su mili. Repleta de mentirijillas, como todos los discursos apasionados de los dicestudemilis de andar por casa y barra.

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