HABLADURÍAS

Fernando Taboada

Educar sin dar la nota

NO es para menos. ¿Se tendrá que colapsar la Justicia? Por fuerza. Al menos, mientras no sean los maestros, sino los magistrados, los que tengan que andar pendientes de meter a los alumnos en clase, no vamos a salir del atasco de papel que se amontona en los juzgados. Mientras al Tribunal Supremo le estén dando la lata los padres que no quieren que sus hijos cursen la asignatura más polémica de los últimos quinientos años (efectivamente, me refiero a la conspicua Educación para la Ciudadanía) la maquinaria jurídica lo tendrá bastante crudo para avanzar. Mucho me temo que, de seguir así, un día nos encontremos con una sentencia del Constitucional que obligue a los alumnos a copiar cien veces "No se come chicle durante las horas de clase" o con un juicio sumarísimo a un alumno por hacer guerras de tizas después de sonar el timbre.

Alegan estos padres insurrectos que la asignatura de marras es doctrinaria. Y llevan razón, pero ¿cuál no lo es? Empezando por la Lengua -que adoctrina sobre cómo hablar correctamente- y acabando por la Geometría -donde, por dar lecciones morales, se explican hasta las parábolas-, educar sin adoctrinar es tan difícil como ganar el título mundial de los pesos pesados sin dar puñetazos.

Desde el jardín de infancia les están infundiendo a las criaturas ideas de diverso contenido ético-cívico: que la plastilina no se come, que no se debe meter el dedo índice en la nariz o que no conviene emplear los lapices de colores para clavarlos en el ojo de los compañeros. ¿Y eso qué es sino puro adoctrinamiento?

Picado por la curiosidad, y esperando encontrar los motivos de tanto escándalo, decidí hace poco recurrir a las fuentes y consultar uno de los manuales de tan polémica materia. El chasco fue enorme, ya que temía tropezar con la obra de un degenerado (en la que poco más o menos se explicara cómo quemar conventos sin dejar pistas y qué pasos se deben seguir para invocar al Maligno durante el recreo), pero ni encontré entre sus páginas las instrucciones para organizar una orgía en la zona de los columpios, ni unos consejos para emborracharse después de robar en el supermercado, ni pude tampoco localizar una unidad didáctica (se llaman así, ¿qué le hago yo?) en la que se detallara la preparación de cócteles molotov. Más bien, todo lo contrario. Lo que encontré fueron unos contenidos muy previsibles sobre igualdad, libertad y fraternidad. En fin, nada que debiera asustar a nadie desde que enterraron a Napoleón.

Además, la última palabra la tienen los profesores, que algo pintarán en todo esto. Mi fino olfato me dice que no se impartirá igual la asignatura en el elegante barrio de Salamanca que en un instituto de las Tres Mil Viviendas. Entonces ¿de qué se quejan?

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