TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

Endorfinas

En la viña del Señor tiene que haber de todo: frutos apetecibles y malas hierbas. Y como una gramínea silvestre me siento cada vez que oigo una noticia vinculada al mundo de la ciencia.

Viene a cuento el comentario porque ahora resulta que unas hormonas, o enzimas, o mejunjes naturales, que ya digo que no me entero, las endorfinas, son las responsables de nuestra felicidad. Estas sustancias, segregadas por el hipotálamo, condicionan nuestro estado de ánimo y nuestras emociones y, al parecer, están muy ligadas a las experiencias más gratificantes que vivimos, ya que las refuerzan para que, cada vez que las repitamos, sean tan buenas como en la primera ocasión. Si ello no fuera suficiente, sirven también como analgésico ante el dolor. A aquellos que, por torpeza o vocación, nos aproximamos más a la poesía o a la literatura que a la tabla periódica de elementos químicos, esto nos suena a determinismo satánico.

Sea lo que fuere, lo único seguro es que la felicidad continúa siendo uno de los misterios más insondables de la existencia humana. Bucear a su encuentro ha sido la suprema aspiración, el vellocino de oro, el objetivo más perseguido por los alquimistas desde tiempos remotos. Unos la sitúan en el placer, otros en la salud, casi todos en el dinero, ¡Don Dinero! Lo cierto es que para encontrarla, o al menos para aproximarnos a ella, está bien escudriñar todos los caminos, incluso las carreteras secundarias de nuestro cerebro.

Y cada vez que vivimos un momento de crisis, de recesión económica, como en el que estamos inmersos, nuestra felicidad, sinónimo de riqueza y prosperidad, se quiebra. Así que a la depresión económica se suma otra peor: la personal y moral. Don Euríbor ha decidido que se acabó la bonanza, la alegría inmobiliaria, la euforia del derroche, el uso generalizado de las tarjetas de crédito, las compras desproporcionadas. Toca ahora sufrir y apretarse el cinturón. Son instantes en los que descubrimos, por obligación más que por devoción, que el negro y el gris también forman parte de la escala cromática del universo.

Esta mañana, al levantarme, decidí resignado aceptar los designios de la ciencia. Me observé en el espejo. Aproximé mi cara a él hasta toparme con la nariz en el cristal. Ojeras y arrugas aparte, me interesaba la cabeza. La miré con fijeza despacito, muy despacito. Removí, con pericia de arqueólogo, el pelo con los dedos. Nada, ni rastro del dichoso hipotálamo. Mi intención era apretarlo, como se hace con la pasta dentrífica en sus últimos estertores, para obtener unos gramitos de felicidad y un poco de analgésico en medio de tantas previsiones catastrofistas.

Apesadumbrado, me conforté con las palabras de Umberto Eco: "El que se sienta totalmente feliz es un cretino". Más tranquilo y menos lelo, salí a la calle. Tocaban tiempos de pobreza. Pero al fin y al cabo, como decía Lord Byron, "para saber la opinión que Dios tiene del dinero sólo hay que fijarse en la gente a la que se lo da". El que no se consuela es porque no quiere.

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