El conflicto catalán ha tenido un maravilloso efecto rebote: la exigencia de equiparación salarial entre las policías autonómicas y la Guardia Civil y la Policía Nacional. Tiene su gracia. Y su lógica. Toda España les vio batirse el cobre mientras los otros miraban (en el mejor de los casos) hacia otro lado.

Ahora se ha convertido en tendencia social y los partidos políticos quieren apuntarse el tanto. Ciudadanos ha hecho muy bien en exigirlo al Gobierno si quiere que firme los presupuestos. Y el Gobierno, que quería fiárselo lo más largo posible, seguro que maniobra para venderlo como una iniciativa suya, y amortizar esa inversión. Así es la política y vale.

La función del analista, por su parte, es ir al fondo y más allá. Porque de fondo con ese incremento salarial que dan ciertas comunidades autónomas están financiando, como quien no quiere la cosa, el sentimiento del hecho diferencial, que, traducido a una diferencia salarial, suena mejor y se entiende más. Con un plus, todo el mundo siente los colores como nadie y se hace equipo.

Contra esa "equipación", la equiparación se convierte, además del derecho e igualdad de todos, en una herramienta de cohesión nacional muy humilde, muy vendible, muy obvia, pero de una enorme eficacia sociopolítica.

Los políticos se han lanzado a pelear por la equiparación salarial de nuestros guardias civiles y policías nacionales y tendrán mi aplauso más ferviente y, cuanto más rápido lo hagan, mucho mejor. Pero por sabiduría moral, por inteligencia legal y por astucia política, habría que acabar con toda brecha salarial en las administraciones públicas. Se ganaría el aplauso de todos los que verían sus derechos laborales puestos a la par de sus colegas más afortunados, nadie podría protestar de nada y se cerraría una fuente de alimentación subterránea del sentimiento nacionalista.

La última estadística del CIS muestra que el sentimiento independentista es abrumadoramente mayor entre los profesores de Cataluña que entre el resto de la sociedad catalana. Eso, desde luego, tiene una importancia capital para el adoctrinamiento escolar. Además de en la importancia, debemos fijarnos en el capital, porque todo cuenta. Equiparando los salarios de los profesores, se pincharía esa burbuja, con independencia de que es una reclamación de estricta justicia y de que, a mí, por la cuenta que me trae, como profesor andaluz, me vendría de lujo.

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