Cuarto de Muestras

Escuela

El bienestar ha sido siempre poco creativo, perezoso por naturaleza

Dicen que los buenos toreros, como los buenos cantaores flamencos, nacen del sufrimiento y la necesidad. Quizás por eso hay quienes sostienen que ya no se canta ni se torea de verdad. El sabio Manuel Morao me dijo un día que desde que desaparecieron las casas de vecinos se canta de otra manera, que el cante flamenco nace del dolor. Y es que el bienestar ha sido siempre poco creativo, perezoso por naturaleza.

A lo mejor por eso los niños pobres de hoy, menos pobres que los niños pobres de los tiempos de Belmonte o de Manolete, sueñan con ser futbolistas antes que con ser toreros porque no hay que jugarse la vida, son modernos hasta la fealdad y ganan muchísimo más dinero que nadie, posiblemente porque lo generan. Son los hombre-objeto del momento: anuncian desde calzoncillos a perfumes imposibles de llevar si se tiene un mínimo de buen gusto. Casi todo el mundo, hasta yo, entendemos la magia de una buena patada que da con el balón en la portería cuando parecía imposible.

Los toreros son otra cosa. Para ser torero no sólo hay que jugarse la vida, pues entonces bastaría con ser un temerario inconsciente. Para ser torero hay que saber burlar a la muerte conviviendo con ella, vencer al miedo, tener las cuentas íntimas del corazón al día por lo que pueda pasar y, además, o precisamente por eso, hacer una faena artística que conmueva al respetable, que lo haga vibrar. La de torero no es vocación para estos tiempos adolescentes en los que se huye de la trascendencia, de lo profundo, de las tripas de la vida.

Viene todo esto a cuento porque la escuela taurina de Jerez ha perdido el apoyo económico del Ayuntamiento. Y lo entiendo. Es difícil de vender una escuela taurina mientras se mantiene el botellódromo en el que pasan las peores cosas posibles ante una ciudad que permanece impasible a semejante desmadre. El botellódromo no tiene justificación alguna porque a beber se aprende de otra manera. El día que cierren el de Jerez iré corriendo a celebrarlo.

Pero quien quiera conocer la buena labor que puede hacer una escuela de tauromaquia que lea la biografía del huérfano y rebelde José Miguel Arroyo "Joselito". Criado en la calle, al borde de las drogas y de la delincuencia, encontró en la escuela taurina la familia que no tenía, se revolvió contra su infortunio y se convirtió en algo mucho más importante que un torero mítico: un hombre de bien, culto, generoso y trascendente.

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