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DE POCO UN TODO

Enrique / García-Máiquez

España, ciudad-Estado

QUÉ suerte que me haya tocado escribir precisamente hoy, a mitad de semana, entre la conmemoración del lunes del bicentenario de La Pepa y las próximas elecciones andaluzas del domingo. Si a eso sumamos un persistente dolor de cabeza y cierta astenia primaveral, tenemos el escenario perfecto.

También fue una suerte -visto desde este lado de la historia, desde luego- que el constitucionalismo español naciese en una ciudad cercada por el enemigo. Insuperable valor simbólico: por un lado, todas las instituciones políticas son inestables y precarias y se sostienen entre las bombas -reales o simbólicas- de los fanfarrones; y por otro, Cádiz le guiñaba un ojo, con picardía de piconera, a las ciudades estado de la vieja madre griega, cuna de la democracia y de la filosofía política. Ambas cosas nos ayudan a calibrar la importancia de la declaración de la soberanía nacional, y sobre todo nos ayudan a ponderar su alcance.

La soberanía nacional ha podido entenderse como la independencia absoluta de todo otro criterio que no sea el expresado por el pueblo. Es la concepción revolucionaria, que desgaja al Estado del derecho natural, según lo defendía la inolvidable Antígona, de las tradiciones seculares y del sentido común. La situación histórica del Cádiz de 1812 y el mismo texto de la Constitución se decantan por otra acepción de soberanía nacional: la moderada.

Ésta consiste en fijar quién es el sujeto activo de la política, con independencia de los lazos que asuma de buen grado. La Pepa fue monárquica, a pesar de los reyes, y católica. No hizo borrón y cuenta nueva con la historia. Fijaba, eso sí, que el protagonismo de nuestra política recaía en los españoles de ambos hemisferios. Cádiz, que por sus circunstancias podría haberse considerado una ciudad estado griega, y hasta un romántico castillo medieval sitiado, miró por encima de los franceses a España, y concedió el papel principal al conjunto de la Nación.

Si estas elecciones autonómicas son más interesantes que otras es porque hay muchas probabilidades de que el ganador haya de gestionar un cambio profundo de modelo. A principios del XIX, tanto el alcalde de Móstoles como los constituyentes de Cádiz defendieron, contra las tentaciones taifescas y contra el inmenso poder internacional que se les echaba encima, la soberanía española. Ojalá el nuevo presidente de la nueva Junta no olvide que comenzó su mandato bajo el auspicio de La Pepa, y contribuya a articular la vieja soberanía nacional en un mundo complejo y conectado. ¿Y si lo olvida, y va a lo suyo? Pues para eso tengo yo mi jaqueca y mi astenia, por adelantado.

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