Pocas palabras tan hermosas como esta. El idioma nos permite, además, aplicar diferentes significados a un mismo significante. Así, cuando hablamos de esperanza podemos referirnos al estado de ánimo por el que vemos como posible aquello que deseamos; o a la virtud teologal por la que esperamos que Dios nos conceda los bienes prometidos; o al tiempo que ansiamos vivir; o, lisa y llanamente, al nombre de una mujer, al de la anónima protagonista de la canción que "no sabe bailar cha-cha-chá", o al de la Presidenta de la Comunidad de Madrid.

La reciente derrota del PP en las pasadas elecciones generales ha puesto sobre la mesa del debate su nombre. Y ella, amén de aristócrata consorte, jugadora de golf de hándicap bajo, exministra de Educación y Cultura y desairada protagonista de "Caiga quien caiga", ha aceptado gustosa entrar en el juego de la duda.

Hasta aquí la cuestión sería intrascendente. Que Esperanza es uno de los soportes básicos de los extraordinarios resultados de su partido en la Comunidad de Madrid, nadie lo pone en duda. Recuerdo las declaraciones de un dirigente andalucista sevillano, tras una de las seculares derrotas de su partido en las urnas, en que vino a justificar la misma con las siguientes palabras: "El pueblo andaluz se ha equivocado al no votarnos". Semejante sandez sólo puede pronunciarla un cretino. Con ello quiero indicar que cuando un político alcanza unos buenos y reiterados resultados electorales es que algo, o mucho, está haciendo bien. Al César lo que es del César.

Dicho lo cual, y libre de ataduras, hay que decir que en este país nos hemos visto sumidos en los últimos treinta años en múltiples reconversiones. Además de la industrial o de la naval, como la de los Astilleros de Puerto Real, la peor ha sido la del pensamiento de la izquierda, que se ha visto obligado a un "reajuste ideológico" para adaptarse a los nuevos tiempos. Conceptos como la lucha de clases, el reparto de la riqueza y de las plusvalías o, simplemente, la aspiración a un estado generalizado de igualdad, son hoy tarea reservada a los arqueólogos.

No ha ocurrido lo mismo con la derecha. Una parte importante de ella sigue igual de montuna, de anticuada, de agreste y ruda como en los tiempos de Cánovas del Castillo. Necesitamos con urgencia una derecha europea y civilizada, una derecha que deje atrás los lastres del pasado. Porque la base y la garantía de la democracia es la alternancia, el cambio de gobierno. Y en esta coyuntura, Esperanza, la Aguirre, de igual apellido que aquel lunático Lope, el personaje de "La cólera de Dios", representa la naftalina, el alcanfor. Y este no es un problema sólo de la derecha, sino de todos los españoles. Por el bien de la democracia en este país, todos nos sentiríamos más tranquilos si la derecha afrontara de una vez por todas el proceso de modernización que necesita, que necesitamos. Y en esa esperanza, desde luego, no entra ni por asomo Esperanza, que no sabe, entre otras cosas, bailar "cha-cha-cha".

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