La torre del vigía

Juan Manuel Sainz Peña

Estrechando manos

Habrán visto en la primera página de los diarios locales el saludo de dos hombres que sellan el conflicto entre la patronal y el sindicato en la planta de reciclaje de las Calandrias. Pero, tal vez, no hayan observado detenidamente la posición de sus manos al estrecharse. Bueno, en realidad no se las están estrechando. Es un pseudo saludo, un gélido y desganado apretón cogido por los dedos, como si se dieran asco o como si darse la mano sinceramente fuera admitir que no ha pasado nada y que pelillos a la mar.

Pero ese saludo, que no es una foto engañosa de dos manos que se separan, encierra, como muchos otros saludos que no interesa hacer, pero que se hacen por pura educación o por protocolo, un montón de palabras que no se dicen, pero se piensan. No seré yo, desde luego, quien adivine los pensamientos de unos y de otros, pero esa foto, esas manos que se niegan a entrecruzarse, me recuerdan que si hay algo que detesto es que me saluden así, tomándome los dedos mientras miran para otro lado. Esa "mano de pez", que dice Allan Peace en su libro sobre el lenguaje del cuerpo, es detestable por cuanto pone de manifiesto la apatía de quien saludaMe gusta saludar apretando la mano, o cogiendo con las mías a quien me encuentro. Claro que eso no siempre tiene porqué ser distintivo de entusiasmo, sobre todo si quien saluda usa la suficiente dosis de cinismo o hipocresía (no es mi caso, lo puedo asegurar) para dar la bienvenida o un sencillo ¡hola, qué tal! Eso puede verse en las recepciones de los políticos, ante decenas de cámaras, en un lujoso palacio o la entrada de alguna residencia oficial. Ves a dos líderes, antagonistas y enemigos políticos, que el día anterior se tiraron los trastos en un mitin político o en unas declaraciones a la prensa, y luego se fotografían así, dándose un apretón y sonriendo, aunque se vayan a reunir para ver si se llega a un acuerdo o si unos y otros afilan los cuchillos y cargan los cañones en las fronteras de sus países. Y sonríen incluso, para llenar de más mentira un saludo que ni se desea ni se siente.

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