Europa, Europa

El nacionalismo es una fuerza centrífuga, una pulsión oscilante, que ahora llega a su ápice alentado por la crisis

Era de esperar. Tras el éxito del Brexit, el auge de Marine Le Pen, la asonada catalana, las reticencias de Hungría y de Polonia, ha llegado al Bundestag una fuerte representación de los nacionalistas germanos. El nacionalismo es una fuerza centrífuga, una pulsión oscilante, que ahora llega a su ápice alentado por la crisis. ¿Es necesario recordar que Europa, que la Unión Europea, nació precisamente para esquivar este peligro que hoy nos asedia? "El nacionalismo es la guerra", decía Mitterrand, recordando una dolorosa obviedad. Hay que hacer una distinción, sin embargo: de entre todos los movimientos xenófobos europeos, el catalán es el único que, hasta el momento, ha escogido vulnerar las leyes, apoyado en el leninismo residual de ERC y en el anarquismo desenvuelto y pijo de la CUP.

Cuando, hace un siglo, Lenin defendía el derecho de autodeterminación de los pueblos (contra Rosa Luxemburgo), se refería a los pueblos oprimidos y a las colonias de las metrópolis europeas. De ahí que una parte de la izquierda española se haya visto en la necesidad de imaginar al País Vasco y Cataluña como tierras oprimidas, susceptibles de liberación, para luego sucumbir a sus pulsiones nacionalistas. Para Rosa Luxemburgo, en cambio, el derecho de autodeterminación era, sin más, el ideal de unos campesinos reaccionarios, que buscaban el mantenimiento de sus privilegios. A un siglo de distancia, Rosa Luxemburgo parece mucho más razonable que Lenin (¿quién, en su sano juicio, no querría estar tan oprimido como Bilbao?). Y sin embargo, es esta visión leninista la que prevalece. El ideal xenófobo de los nacionalismos vasco y catalán se ha visto acompañado, durante cuatro décadas, por un marxismo-leninismo que no ha leído a Lenin (de Marx, ni hablamos), y cuya finalidad es la segregación lingüística y cultural de quienes no coticen en su proyecto identitario. Contra ese peligro -contra el peligro de los nacionalismos y su belicosidad ingénita-, se construyó uno de los proyectos más formidables del siglo XX: la Unión Europea. Un proyecto que hoy se ve cercado, una vez más, por esta fiebre de lo idéntico, abiertamente antidemocrática, y que en España se ve adornada por dos grandes nostalgias del XIX, el anarquismo de Mateo Morral y la descolonización del globo.

¿Tiene cabida el nacionalismo en la Constitución alemana, en la francesa o en la española? Sí, en la medida en que queramos destruir, hasta sus cimientos, la civilidad europea.

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