EN SU TINTA

Mauricio / Gil Cano

Excesos con cerebro

No es broma. Sobrevivir a los excesos navideños parece cuestión meritoria. La mesura, aplicada a la gastronomía, fundamenta los efectos saludables de la buena mesa. Si olvidamos la inteligencia en nuestro trato con los manjares, podemos padecer, cuando menos, una indigestión. Saber comer es saber vivir. Todo en su justo término. Sin embargo, el sentido común no resulta tan común como su propio nombre indica. La cuesta de enero se hace más empinada si arrastramos las consecuencias nefastas del desorden gastronómico. Pero aún estamos a tiempo y el desbarajuste es susceptible de enmienda.

Si la desmesura ha ido por el lado del bebercio, la sabiduría popular aconseja la ingesta de alcachofas por su acción benéfica sobre el hígado. "Vegetal armado" la llamó Pablo Neruda. Se recomienda hacerlo al modo tradicional, es decir, tal y como apunta el gran poeta chileno, desvestir la delicia, escama a escama, y comer su corazón verde. Eso sí, chupando las hojas. En general, una dieta rica en frutas y verduras sienta magníficamente durante todo el año, pero, en particular, en estas fechas en que tratamos de normalizar el ritmo vital. Optemos también por alimentos al vapor y aparquemos, en la medida de lo posible, los fritos y, por supuesto, los precocinados.

Una mala costumbre que propicia la acidez de estómago es tomar cava a los postres. El momento más indicado para los espumosos es al comienzo de o durante la comida. Para finalizar, elijamos mejor un pedro ximénez. A buen seguro, nos endulzará la sobremesa. Lo sabemos, pero persistimos en la negligencia de culminar opíparos banquetes con un brindis de burbujas achampañadas, cuando es mucho más sensato y grato al paladar concluir con jerez dulce. Al champán francés era adicto Rubén Darío. La leyenda envuelve al genial poeta de la hispanidad en vaharadas de bohemia y deshoras de alcohol. Parece, no obstante, que en casa, con su Paquita Sánchez, llevaba vida, si no metódica, ordenada, por lo que exclusivamente bebía champagne. "Nosotros exprimimos las uvas de champaña / para beber por Francia y en un cristal de España", escribió. No obtuvo con esta dieta, sin embargo, los mismos resultados que aquel longevo marqués de Bonanza con el jerez. Posiblemente, porque se la saltara cuando salía de casa, que era a menudo, y frecuentara más ardientes licores. Finó a los 49 años, de cirrosis hepática. Su cerebro fue extraído, embalsamado y, más tarde, robado, pero esa es otra rocambolesca historia.

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