Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Cuando fuimos Expo

Los mejores recuerdos de la presencia de Jerez en Sevilla en 1992 vienen de la mano de personas, no de edificios

En la Exposición Universal de Sevilla de 1992 había un monorrail como el del parque temático Epcot Center, la ciudad del futuro que diseñó Walt Disney en Florida. A la Expo se podía acceder con tarjeta de plástico y poniendo la huella dactilar en un lector. Había también un pabellón en el que se podía ver cine en 3D y otro en el que las butacas se movían, como por arte de magia, al ritmo de una película. Y en otro, unos nativos de Nueva Zelanda hacían varias veces al día el famoso baile de la haka maorí. En el pabellón de Australia se encontraba el Kangaroo Pub, símbolo de la 'marcha' más joven de la noche al estilo Cocodrilo Dundee. En el de Canadá, un cine Imax... Todo eso y mucho, mucho más, fue la Expo 92. Y allí, en medio de todos esos países y regiones que miraban al futuro, estuvo Jerez.

Cuando se cumple un cuarto de siglo de la inauguración del pabellón Tierras del Jerez en el recinto de la isla de La Cartuja son muchos los sentimientos que se mezclan entre quienes tuvieron (tuvimos) la oportunidad de conocer de cerca esa aventura. Porque fue un viaje de incierto futuro el que emprendió Jerez con un grupo de empresas de la ciudad y otras de la provincia. Una apuesta arriesgada que hoy día nos parece una locura, pero que en el contexto de aquel tiempo, con un alcalde incontestable en su mejor momento político, que seis años antes había construido un circuito de velocidad, en un país en plena ebullición, se vio como algo casi normal.

La factura que se pagó entonces tiene sus consecuencias todavía hoy. El pabellón, con sus limitaciones y errores, tuvo éxito entre el visitante porque ofrecía lo que muchos iban buscando: buena gastronomía y vinos, caballos y, sobre todo, fiesta. Fue como una feria de seis meses seguidos que dejó una resaca monumental en muchos de sus actores pero, sobre todo, en el Ayuntamiento de Jerez, que se echó la mayor parte del peso a las espaldas con pleitos tan interminables como las facturas que se habrían de pagar años posteriores, hasta bien entrado el siglo XXI, ese futuro que vino, contra todo pronóstico, con una crisis.

Y, como todo en esta vida, los mejores recuerdos de aquello no vinieron de la mano de robots, monorrailes, espectáculos o visitantes ilustres, sino de las personas que allí estaban. Me gustaría tener un recuerdo muy especial hoy para Benito Carrillo, el director gerente de Tierras del Jerez, una persona encantadora que desgraciadamente nos dejó hace poco más de un año. Benito, paradigma de la discreción, derrochó elegancia y señorío, humildad y respeto, a pesar de los dificilísimos momentos vividos antes, durante y después de la Expo. Fue el verdadero capitán de una nave en la que tuvo que lidiar, a base de profesionalidad, con el carácter tan fuerte de los políticos de aquel entonces. La persona que imponía el sentido común cuando le dejaban. De él y de muchas otras personas, como Manuel Olivencia o José Luis Ballester, que intentaron dejar (nunca mejor dicho) el pabellón de Jerez bien alto es este 25 aniversario, al igual que los arquitectos Ignacio de la Peña y Ramón González de la Peña. Lástima que la Expo, al menos en Jerez, quede como un recuerdo un tanto borroso de una época o, aún peor, ni se recuerde. Porque las buenas personas siempre estarán por encima de los edificios.

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