HOY los viñistas se han levantado tristes y el penar llega de lo más hondo, como un sentimiento frío que se aferra al alma cuando alguien se va y no se le ha agradecido lo suficiente todo lo que ha hecho. Se ha ido el padre de la viña, Diego Campos, y los viticultores se quedan aquí con una cuenta pendiente.

Todos le deben lo mismo, sus consejos. Todos recuerdan lo mismo, sus consejos. Y es que Diego Campos supo guiar las viñas de todos los que se acercaron a él con la libreta llena de preguntas. Campos, supo responder a todos, supo aconsejar a todos y los viñistas hoy recuerdan que el más erudito o el menos formado lo entendían porque sabía acercarse a las personas.

Este viñista se partió el pecho por la gente del campo, tal vez tanto esfuerzo le hizo resentirse pronto y propició esta enfermedad que el martes apagó su luz. Puso tanto empeño para que las cosas salieran adelante que empeñó su vida en el camino. Por supuesto, como se daba a los demás, se daba a los suyos. Se quedó viudo pronto y afrontó el envite con la cordura y el saber estar que tienen pocos hombres. Guisó para sus hijos, los llevó al colegio y los instruyó en lo que más quería, en la viña. Alfredo y Diego han tomado el mismo sendero de este Campos y sus nombres ya resuenan fuerte en el Marco, asociado al futuro, a la nueva viticultura que respeta la tradición y apuesta por la innovación con los tintos y los blancos. Pepi, Rosa, Mª del Carmen, Toñi, Manoli, Alfredo y Diego pierden un padre. Los viñistas pierden a un amigo, a un consejero sin horarios, a un compañero preocupado por las viñas, a un hombre servicial que nunca esperó nada a cambio. Gracias Diego, que Dios te tenga en su Gloria y allí nos veremos para poder darte las gracias por dejarte la vida a diario en las viñas.

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