Antonio Gallardo

"Gente poco común"

Daltonmanías

DOÑA María Josefa Ramírez del Toro entró en una tranquila cafetería y preguntó al encargado de la barra con toda naturalidad:

-¿Tienen ustedes túnicas de nazareno de segunda mano?

El encargado, pensando probablemente en sus problemas, preguntó a su vez:

-¿Solo o con leche?

-¿Solo o con leche qué, desventurado?

-El café, señora.

-¿Qué café?

-¿Usted no me ha pedido un café?

-Usted no debe de andar bien de la cabeza, desterrado hijo de Eva.

-Mi madre se llama Engracia, señora, y no Eva.

-Dele un beso de mi parte, pero contésteme usted a mi pregunta: ¿tienen ustedes túnicas de nazareno de segunda mano?

-Mire usted, señora, yo tengo mi túnica en propiedad, como la sepultura, y no es de segunda manoý ¿Qué quiere tomar la señora?

-Voy a tomar la decisión de hablarle a usted más fuerte, porque me da la impresión de que no se entera usted de lo que yo le digo.

-Yo no soy sordo, señora, soy cordobés.

-Bonita ciudad, si señor. Yo estuve en un tris de que me pintara Romero de Torres. Y dígame, joven, ¿pasa usted en Córdoba la Semana Santa?

-La Semana Santa la paso en Puente Genil con Fosforito que es amigo míoý Dígame qué le pongo.

-No tiene usted que ponerme nada. Lo tengo todo puesto: mi abrigo, mi traje y mis zapatos.

-Viene usted muy guapa y muy joven.

-¿Cuántos años me echa usted, querido?

-Yo no echo años porque no soy juez, señora. Yo echo cafés y toda clase de bebidas.

-Ya sé que no es usted juez, critatura. Si fuera usted juez no estaría trabajando en una caferería tan céntrica.

-Claro que no. Estaría echando años a los delincuentes. Pero vamos a lo que vamos: ¿Qué desea usted de mí?

-¿Es que tengo que preguntarle por tercera vez si tienen ustedes túnicas de nazareno de segunda mano?

-Es que, señora de mi alma, no me cabe en la cabeza que usted le pregunte a un barman por túnicas de nazareno de segunda mano.

-¿Tan raro es lo que pregunto, descreído?

-No es solamente raro. Es que me resulta absolutamente impensable.

-¿Por qué, depravado..? Vamos a ver si nos entendemos: ¿Usted trae una camiseta debajo de la camisa?

-De tirantas, si señora.

-Pues si usted trae una camiseta de tirantas debajo de la camisa, ¿por qué no podría usted tener en su casa una túnica de nazareno de segunda mano..?

-Eso es verdad, pensándolo despacio no resulta tan raroý Pero mire usted, señora: mi madre conserva una túnica de color morado que ya no la usa desde que le empezó la artritis a la pobre.

-¿Y no tendría su madre, por un casual, una túnica negra y un capirote blanco?

-No sé. No estoy seguro. En su juventud mi madre salía en varias cofradías usurpándole a mi papá la papeleta de sitio, aunque era ateo.

-Curioso caso. ¿Ha dicho usted ateo o ateese?

-Era las dos cosasý ¿Cómo se ha dado usted cuenta de eso?

-Los años, hijo. La edad da experiencia.

-Y reuma.

-No lo sabe usted bien, inexperto jovenzuelo.

-No tan jovenzuelo. Tengo ya treinta años.

-Y más que tiene usted que cumplir, gracias a Dios, si no lo atropella a usted un vehículo.

-Tiene usted gracia. La palabra vehículo me recuerda a mí siempre la palabra vesícula.

-Todos los esdrújulos tienen un acento en común. Pero volviendo a lo que yo necesitoý ¿Qué hay de la túnica de su madre?

-Creo que ha hecho con ella un cojín para el gato.

-En ese caso estoy perdiendo el tiempo. Tendré que buscar la túnica en otra parte. Pero ya que estoy aquí ¿sabría usted decirme si hay cerca una zapatería con sandalias invisibles? Antes de que se asombre usted de nuevo le aclararé de que yo suelo hacer mis penitencias descalza pero como esta Semana Santa viene tan cercana al invierno no quiero coger frío en la planta de los pies. De ahí que se me haya ocurrido buscar unas sandalias invisiblesý

En aquel momento de tan interesante diálogo un señor que llevaba bastante tiempo esperando que le sirvieran un café se dirigió muy enfadado a doña María Josefa Ramírez del Toro:

-¡Señora, por Dios! Deje ya a este pobre hombre que lo está usted volviendo loco.

-¿Yo loco, caballero?

-¡Sí, usted, usted! Que se dedica a buscar cosas raras en cafeterías de lujoý

Doña Josefa Ramírez del Toro cogió un jarro de agua helada que había sobre el mostrador y se lo partió al irritado señor en la cabeza. Y dijo con lágrimas en los ojos al desconcertado barman:

-No volveré más por aquí, joven. Tiene usted una clientela de locos que es verdaderamente peligroso frecuentar este agradable lugarý

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