La gente que abandona a sus amigos es graciosa. La que se cree inmortal y se pone a montar pollos para que después los demás les saquen las castañas del fuego, cobarde. De esas que cogen vuelos y pasan de un día para otro, de ser líderes, a títeres sin cabeza, son dignos de estudio. Los descabezados o los de pocos sesos que quieren tener derecho a justicia sin saber lo que significa un letrado son, como poco, curiosos. Esto por no hablar de quienes andan enmarañados en juicios de manadas o los que se dedican a malmeter a sus alcaldesas, aunque sean guardianes de las leyes o policías municipales, que aún es más grave. Las personas que se creen en posesión de la verdad están más cerca de los lunáticos y de los ineptos que de otra cosa. Los hay, y muchos, que cambian de nombre de chaqueta o de acera fácilmente para hacerse notar. No dejan de ser más de lo mismo. Trogloditas sin rumbo hibernando en cavernas. Hasta la RAE está teniendo problemas para aceptar tantas siglas, tantos acrónimos, tantas palabras vacías y tantas sílabas sin sentido. Ni los diccionarios ni la wikipedia tienen claro lo que hacer ante tanta sinrazón.

Los que se autocalifican en negativo con sus actos o se reprueban a sí mismo todas las mañanas al ducharse, carne de cañón, y los que ponen zancadillas a los principios, gente sin ellos. Si los políticos son los que menos gestionan para los ciudadanos, los policías los que menos sentido cívico manifiestan, los conductores los que menos cumplen las leyes de tráfico, los sindicatos, los que menos defienden a los trabajadores, las víctimas las que tienen que demostrar su inocencia o los medios de comunicación los que menos verdades cuentan, es que algo está fallando. Los confesionarios tienen cita previa. Los psiquiatras andan desbordados. Los filósofos alucinando. Es cuestión de hablar con los que se sientan en las mesas de infantil y primaria. Nos darán la clave.

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