A rienda suelta

Pedro Ingelmo / Pingelmo@diariodejerez.com

Gripe

ESTOY escondido bajo las sábanas. No quiero mirar al exterior. Espero que llegue el virus, que serpentee por debajo del edredón y muerda un órgano vital, que me inyecte en el cuerpo todo el malestar, la pesada carga de mocos y tos que sea mi salvación. Pero no sucede nada. Silencio. No quiero ser el último hombre vivo. No quiero levantarme y acudir bajo la lluvia a la oficina, en un paisaje de calles pobladas por zombis con el virus inoculado. Yo quiero ser uno de ellos. No soportaré entrar en el centro de trabajo para enfrentarme a las pantallas apagadas de los ordenadores. Todos mis compañeros ya están infectados y son felices moqueando y febriles en sus dormitorios , sabiendo que el destino les ha alcanzado. Pero a mí no. Estoy irremediablemente sano. El espejo me devuelve una apestosa imagen lozana. Maldita sea, reboso salud. No tengo fuerzas para luchar contra la plaga, pero la plaga me ignora. Soy un hombre solitario en un mundo de griposos. Llueve en el exterior de la oficina vacía. Virus, ven a mí.

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