Hablar a ritos

Rebajan los ritos para lograr una conversación más moderna y lo que perdemos es el misterio, y el interés.

Lo pienso todos los Miércoles de Ceniza, pero no lo digo porque ya lo escribí aquí hace catorce años. Mi madre insistía en que no debía repetirme por respeto a mis lectores, aunque la única que me leía con la memoria de un opositor a notarías era ella, capaz de acordarse de un chiste que puse en una redacción del colegio, y vedármelo de por vida. Yo, como siempre, trato de hacerle caso.

Sin embargo, he leído un poema de Javier Almuzara que no sólo me ha conmovido, sino que me brinda la cobertura para una defensa de los viejos ritos con cierta novedad y una perspectiva más original. Porque lo que pienso todos los Miércoles de Ceniza es que los ritos y las metáforas clásicas mueven a los hombres. Ese día no es precepto y no hace falta: todas las iglesias están llenas a rebosar. Aunque esos símbolos hablan de la muerte y de un trance aún más duro: la conversión.

Almuzara, en la revista Clarín, ha publicado una serie titulada inteligentemente "A fe mía". Los poemas van desde un atisbo de consuelo de que su abuelo anticlerical y asesinado en la Guerra Civil no esté muerto para siempre, pasando por la presencia permanente y sanadora de su madre, que ahora concilia vida familiar con vida eterna, hasta el soneto final, titulado "Con esperanza, sin convencimiento". Ahí reconoce que, ante el misterio, el hombre necesita hablar a ritos.

Es eso, exactamente. A veces pretenden silenciar los ritos para lograr una conversación más moderna y lo que perdemos es el misterio, y el interés, desde luego. Donde pervive el rito (el Miércoles de Ceniza, la protocolaria Semana Santa, las fiestas de Navidad…), pervive la fe. Cuando se rebaja el rito, la asistencia baja.

Javier Almuzara termina su soneto con este pareado: "Y, a fuerza de fingirla, es como si/ ya hubiese una esperanza para mí". Pone el dedo en la llaga. Quizá el rito (su voz potente) la necesitemos los hombres de fe débil. Los que rebajan los ritos no lo hacen con mala fe, sino porque la tienen muy buena, y no los necesitan, y creen que estorban a todos, como unas muletas estorbarían al campeón de los 100 metros lisos. Pero que miren cómo nos agarramos los otros a los restos de ritos que aún resisten.

Hoy, que es viernes de abstinencia, alguien volverá a decirme, seguro, que vaya tontería lo de no comer carne. Hasta ahora, yo contraargumentaba. Ya no, porque -tontería o no- es un rito y, por tanto, una esperanza para mí.

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