Escribo este artículo con un hijo a cada lado, haciendo los tres nuestra tarea. Cuando no tenía hijos o cuando todavía eran más pequeños, yo pontificaba muy grandilocuente sobre que los niños tenían que hacer los deberes solos. Disertaba acerca de la responsabilidad y de la autonomía y tal y cual. Yo no podía entender, explicaba con un gesto un poco demasiado teatral, a esos padres que hacían el sacrificio de sentarse con sus hijos todos los días y que, como lógicamente protestaban, les transmitían una concepción agónica del trabajo intelectual. Ahora estoy aquí, con los nervios crispados, dispuesto a que cumplan con su deber, aunque sea nominalmente y a mi costa.

Me lo merezco. Porque también hacía un postureo (que consideraba brillante) cada vez que se discutía sobre el homeschooling. Decía, en plan Oscar Wilde, que qué importa que vayan a jugar al cole o no, si la educación de verdad sería en casa siempre, ineludiblemente. Ea, pues toma del frasco, Carrasco.

Aunque lo que peor llevo es la hipocresía. La mía, múltiple. Les digo muy serio a las criaturas (que me escuchan muy serias) que tienen que organizarse mejor y hacer cada cosa en su momento. Es evidente que yo tendría que haberme organizado para llegar al reto de la tarea de los niños con mi artículo escrito, y no mezclarlo todo, con las complicaciones adyacentes. Hubiese podido escribir acerca del nombre del Estadio Carranza, como corresponde, que se me está escapando el tema de la temporada y yo papando moscas. Nos sentamos los tres muy serios, a pesar de todo.

Enseguida, me distraigo y aprovecho entonces para exigirles que no se distraigan.

Lo más inconfesable es que, de pronto, no me puedo resistir y les hago tres sumas seguidas o les escribo las dos palabras antónimas que se les había atragantado. Y todavía me pongo muy pedagógico, encima: "¿Veis lo fácil que era?". Lo fácil era, sin lugar a duda, hacerles disimuladamente media tarea, a ver si acaban de una puñetera vez. Lo difícil es aguantarles cara a cara y a pulso la dificultad que para ellos tiene su tarea, como tiene que tenerla.

Les grito irritado que la tarea hay que hacerla contentos porque la felicidad está en el deber cumplido. Para ser moralista hay que tener muchísima moral, más que el Alcoyano, en realidad.

Y así vamos echando fuera la mañana. Concluyo que el trabajo hay que hacerlo siempre muy bien. Perfecto. Y he escrito este artículo.

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