Rajoy no quería aplicar el 155, pero le han dado más de 155 razones. Y él se ha ido cargando de ellas, eso es indiscutible. Yo, que tanto esperé, no puedo dejar ahora de aplaudirle el paso.

Podría ponerle peros, por supuesto. Los dos del pasado: su retraso y la deslegitimación implícita del artículo 155 al mostrar tanta falta de voluntad (política) de aplicarlo y tanta falta de inteligencia (jurídica) al insistir en que su contenido era una incógnita. Otros dos errores actuales: no quiere entrar en las competencias educativas y pretende dirigir la aplicación desde Madrid, subrayando una innecesaria dimensión burocrática. Y dos errores futuros: limitarse de antemano con una fecha de convocatoria de elecciones que hará de la aplicación del 155 una larga y tensa campaña electoral y la obsesión por ir de la mano de un PSOE que tiene graves dudas existenciales e internas.

Pero son peros perecederos: poca cosa frente al hecho del hecho. La inacción, como nos enseña Mariano, tiene sus ventajas: los demás te hacen el trabajo, se equivocan otros y tú siempre tienes guardada la baza de la acción final y, por tuya, sorprendente. Yo me las he aprendido y se las reconozco. ¿Me reconocerá él que la acción tampoco es manca y se le puede hacer una loa goéthica o goetheana? En el principio, fue la acción. Pone en movimiento la historia y adquiere vida propia. Quien quiera controlarlo todo es mejor que no actúe, porque la acción, en cuanto sale de nuestras manos, se nos va de las manos y crea un abanico de posibilidades. Eso es lo mejor que tiene.

Las detenciones de los Jordis, por ejemplo. Pocas detenciones han sido con todo lo que se ha perpetrado durante el procés, pero ellos están a la sombra y la ley -rompimiento de gloria- ha salido a la luz, casi del armario. Bastó para que muchos le viesen la espada a la Justicia y para que se perdiese el miedo a una supuesta reacción de la calle en Cataluña.

El 155 vendrá con sus defectos de fábrica, sus pudores de aplicación y sus vendas antes de la herida, vale, pero viene, por fin, y aquí está. A partir de ahora, el artículo adquiere vida sustantiva, esto es, consecuencias propias y serán todas, aunque algunas nos gusten menos o nada, serán todas, mucho mejores que si no existiera el 155. Los hechos pueden ser muy discutidos -lo que no deja de ser uno de sus encantos-, pero tienen a su favor una característica impagable: su realidad.

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