POR montera

Mariló Montero

Hechos y maneras

RECUERDO aquel reto que me lanzó una periodista el Día de la Constitución, mientras hacíamos la cola que nos conducía al inexorable besamanos de una batería de diputados que daban la bienvenida en el Congreso. Durante el lento tránsito que nos acercaba al anfitrión y presidente del Congreso, esta periodista de carácter me invitó a contemplar las diferentes maneras que se observaban al saludar en un acto oficial a hombres y mujeres. Los diputados presentes (entonces eran todos hombres) estrechaban con energía la mano de los varones y daban dos besos en la mejilla a las mujeres que desfilaban ante ellos. Mi amiga, en una de esas pequeñas batallas por la igualdad, quiso evidenciarlo evitando el beso. Y me invitó a hacer lo mismo. No era la primera vez que ella lo intentaba por la efectiva estrategia que me desveló: "Cuando tiren de tu mano para acercar las mejillas, yergue tu cuerpo hacia atrás para que comprenda que quieres evitar el beso en la cara". Dispuesta a dar un paso más en la larga evolución del significado de los besos en la Historia de la Humanidad y por que el saludo protocolario alcanzara igualdad entre sexos, alargué mi mano al anfitrión y traté de cumplir las instrucciones, pero como respuesta recibí un fuerte tirón que estampó mi rostro contra el del anfitrión. Sentí una incómoda frustración, no tanto porque el anfitrión me hubiera arrebatado el dominio del saludo, sino por tener que dar la cara -besada- ante mi amiga, quien sí ganó su propia batalla.

El día de la toma de posesión de las carteras ministeriales del nuevo Gobierno recordé aquella anécdota y la experiencia, de la que aún no he conseguido salir triunfante, al ver la actitud que tuvo María Teresa Fernández de la Vega con las ministras. Después de jurar o prometer el cargo, la vicepresidenta las recogía del atril con gesto materno. A una la amparaba por la cintura, a otra la abrazaba por el hombro, acercaba con complicidad su cara a las de las ministras e incluso tomó por la barbilla a una de ellas, como si fueran hijas a las que se premia con un abrazo tras un gran logro. Parecía decirles: "Lo hemos conseguido, verás qué bien vas a estar aquí, cariño". Un mensaje gestual que debilita aún más las capacidades intelectuales o de gestión que cada una de ellas puedan demostrar en adelante.

La gestualidad es también un proceso comunicativo, por lo que debemos analizar los hechos y las maneras que nos causan perplejidad, como es el caso. Quise ver a la vicepresidenta dar la bienvenida a los flamantes ministros con el mismo cariño, pero no sucedió. Será, pues, de ley que a partir de ahora, en los actos oficiales, se bese en la mejilla y se abrace con arrobo materno también a los hombres.

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