Los hemos conocido a todos. En el cine Jerezano, en el Villamarta, en el Riba o en el Lealas. También en el Astoria, en el Barceló o en San Mateo. Siempre sentados frente a alguna de sus pantallas. Por ejemplo a Humphrey Bogart, en el aeropuerto de Casablanca, entregando a Víctor Laszlo los billetes para que él e Ilsa, su mujer, pudiesen escapar de los agentes alemanes. También pudimos ver uno de los más emocionantes duelos con espadas que se hayan filmado nunca: el de Stewart Granger frente a Mel Ferrer, en el teatro de los grandes éxitos de Scaramouche. ¡Qué decir de Sir Alec Guinness silbando orgulloso, junto con sus soldados, la marcha del Coronel Bogey ante al atónito oficial japonés Saito! Hemos visto a Errol Flynn manteniendo vivo el recuerdo del rey Ricardo frente a su malvado hermano, el príncipe Juan. Nos hemos emocionado puestos en pie aplaudiendo enloquecido a Kirk Douglas riendo y retando al gigante Polifemo, a quién momentos antes había dejado ciego con una lanza. No podemos olvidar a John Wayne, por ejemplo, enfrentado a la banda de Nathan Burdette, ayudado solo por un borracho, un viejo cojo y un jovencísimo e inexperto pistolero. Tenemos grabado a Charlton Heston, resistiendo con un grupo de extranjeros atrapados en la ciudad prohibida de Pekín cercada por los boxers. Por supuesto que hay algunos más, pero a todos los recordamos.

Por eso cuando le vi aparecer entre los matorrales de aquella playa abarrotada de gente con su perfil inigualable, su forma de andar inconfundible, mirándome con sus enormes ojos, supe inmediatamente que estaba frente a uno de ellos. Aquel camaleón era un héroe. Y ahora viene lo más importante, qué bonitos son los camaleones que sobreviven entre urbanizaciones y carreteras encaramados a cualquier retama o arbolillo. Viven y se reproducen. Héroes.

(Dedicado a mi gran amigo Juan Antonio García Ramos, experto conocedor y enamorado de todos los cines de verano de Jerez).

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