HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Ignorancia renovada

LOS ilustrados del siglo XVIII se admiraban de que el hombre tuviera tanto sentido común en sus trabajos cotidianos para procurarse el alimento, y fuera, al mismo tiempo, presa fácil de charlatanes, embaucadores y milagreros. Al más ignorante de los campesinos no se le convencía de que sembrara las papas a destiempo o de que ir al mercado andando y cargado de hortalizas era más sano que ir en burro. Pero por el camino podían convencerlo de las virtudes de un jarabe para prevenir la peste, comprar una cédula contra las calenturas o una oración contra determinada plaga del campo o el mal de ojo. No queremos tampoco una vida sin fantasía y tan realista que nos deje desamparados, pero sin perder la capacidad de distinguir entre fantasía y realidad para que no nos engañen. El hombre tiene esa capacidad y no la ha perdido nunca: cuando vemos una película de Superman no se nos ocurre echarnos a volar desde un acantilado.

Lo mismo que la especie humana nunca perdió el sentido común para sus negocios e intereses, tampoco ha perdido la debilidad de dejarse engañar en otros asuntos menos diarios y mundanos. Los grados de ignorancia siguen siendo los mismos que en todos los tiempos, pero ahora es más complicado no sucumbir a las mentiras verosímiles porque el voto de Voltaire vale lo mismo que el del tonto de Ferney. A Voltaire no se le pasó nunca por la cabeza la idea del sufragio universal ni de una revolución sangrienta. Era muy civilizado para abrigar en su mente tamaños despropósitos. Quería, sin embargo, que el Poder lo desempeñara el sentido común, el bien razonar y el deseo de bien común. Gente instruida, en fin. "Los hombres quieren parecer instruidos más que instruirse; y después de que los maestros de errores nos han torcido el alma en nuestra juventud, no nos esforzamos en absoluto en enderezarla."

Ya no se enreda con cédulas para prevenir la peste ni oraciones contra la langosta, pero sí con milagros para disfrutar de todos los placeres y con manifiestos a favor de la pereza y de la emulación de los torpes y los débiles. Se obnubilan las mentes con la promesa de la prosperidad y el bienestar de un paraíso en la tierra, sin que haya que hacer ningún esfuerzo ni cultivar especiales virtudes para conseguirlo y ser feliz definitivamente. Los partidos políticos se encargarán de procurárnoslo, si los votamos. Los políticos han venido a sustituir a los sacerdotes como intermediarios de lo sobrenatural y a los taumaturgos, y la credulidad sigue siendo la misma que en vida de Voltaire. La fe en las promesas de felicidad no han cambiado, aunque lo hayan hecho los nombres, los métodos y los argumentos para atraer a los incautos, del mismo modo que no ha cambiado la especie humana: "El mundo está lleno de autómatas que no merecen que se les dirija la palabra."

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