LA legislatura que termina nos va a dejar muchos motivos para la incertidumbre y una sensación de orfandad. La Historia de España se cuenta de manera diferente, según los gobiernos de las distintas regiones. El Cid se recuerda en Burgos y ha dejado de existir en Andalucía, pese al Cantar; Almanzor es un héroe andaluz y un invasor peligroso en Galicia. Cervantes y Lope de Vega, por citar sólo dos de los mejores, son incómodos de enseñar. La lengua española, que tiene el rigor clásico del latín, poco menos que se persigue allá donde hay otra por minúscula que sea, contribuyendo al aislamiento y al empobrecimiento cultural de España. La Guerra Civil se ha empezado a contar como la contaba Franco, pero al revés, saltándose las advertencias de los historiadores. La Iglesia y el cristianismo, sin los cuales no se entienden nuestras costumbres y ritos, ni la literatura y el arte, ni el derecho y la moral, se nos presenta como una secta de fanáticos corrompidos.

Y todo para competir políticamente, para dar la apariencia de que la izquierda ha sobrevivido a sus crímenes y dictaduras, cuando la verdad es que desapareció hace mucho tiempo después de dejarnos el triste recuerdo de su intolerancia. Los partidos importantes en España no se distinguen sino es a base de máscaras, disfraces y maquillajes. Un mundo perverso de mentiras e hipocresía se ha adueñado de la sociedad. Un mundo que quiere borrar nuestras referencias históricas y culturales para dejamos huérfanos y desolados. Cuando esto sucede, cuando los cimientos de una nación antigua y hecha, como la española, se resienten, la sociedad empobrece su espíritu, debilita su fuerza, desciende a mayor ignorancia y se vuelve triste y melancólica. Confiábamos en que no se podría deshacer tanto en tan poco tiempo, que nadie se atrevería a demoler siglos de construcción.

España es una nación vieja pero vigorosa, con una gran historia y una lengua, que ya no sé si conocen todos los españoles, tan viva y bien estructurada que ha dado al mundo una de las literaturas más brillantes de todos los tiempos y facilita el conocimiento de otras lenguas. Creímos que la fortaleza de la nación acabaría por hacer rectificar a los políticos y poner fin a los disparates. No ha sido así. Ya hay errores, que si no son irreversibles, costará mucho tiempo pagarlos. Pensábamos que vendría el buen sentido y dejaríamos de resucitar fantasmas, que pasarían los sarampiones de los viejos progres, temerosos de envejecer; que la realidad impondría cordura en los gobernantes y dejarán de jugar junto al abismo.Tácito venía a decir que cuanto más corrompida está una nación, más leyes nuevas decreta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios