Entre paréntesis

Rafael Navas

rnavas@diariodejerez.com

Indignación de salón

No ha de extrañar lo que está sucediendo estos días en Cataluña, es decir, en España. Es algo que se veía venir. Pero no sólo porque durante años -décadas cabría decir ya- hay mucha gente que de uno y otro partido ha gobernado este país y se ha puesto de perfil por intereses de gobierno con mayúsculas, dejando que incube a sus anchas el huevo de la serpiente. También por la actitud de la propia sociedad en otros ámbitos, sea regional, provincial o local. La anestesia en la que ha vivido y vive una buena parte de ella es la que ha permitido que se instalen plácidamente los peligrosos virus del populismo y del secesionismo, que habitan hoy tan unidos y felices en el organismo político y social. El fenómeno es extensible, salvando ciertas distancias por supuesto, al día a día en otros ámbitos, por pequeños que sean, desde los últimos mandatos. La gran paradoja es que en una sociedad cada vez más desideologizada cada vez se concede más importancia a las conductas ideológicas y más a los gestos que a los hechos en sí.

No hace falta que vayamos hasta Cataluña. Miremos a nuestro alrededor cualquier día. Gran parte de la acción de gobierno hoy en pueblos y ciudades se mide por detalles, frases y guiños, por supuesto con predominio de lo que no se sabe cómo ni qué se considera políticamente correcto. Desde la dedicatoria de una calle o una rotonda hasta la celebración de un determinado acto, todo pasa por un tamiz que luego una buena parte de la sociedad, sí, critica pero se queda ahí. Estamos cansados de ver cómo la vida sucede ante nuestros ojos de forma virtual, a través de redes sociales en las que se arroja lo que cada uno tiene dentro pero luego ese rechazo (un me gusta o no me gusta) no se traslada a los hechos. Sobre todo desde una determinada parte de la sociedad muy acomodada que, como vemos en estos días, se queda en casa ante lo que define en internet como "terribles acontecimientos". La gran capacidad de movilización de los radicales queda demostrada en este tiempo, caldo de cultivo para dar rienda suelta a los planteamientos rupturistas aprovechando que el Pisuerga pasa por Barcelona. Estamos hartos de leer, de escuchar y de ver que lo del secesionismo catalán es una ilegalidad y un peligroso precedente para el resto de Europa. De llevarse a cabo las propuestas independentistas, el 2 de octubre tendrá el mismo derecho a ser soberana cualquier barriada (o bloque) de Jerez si sus vecinos lo piden. Sí, el mismo. Pero, siendo realistas, ¿cuánta gente se ha echado a la calle en Jerez, o en Cuenca, para hacer ver a los golpistas de medio pelo que no son más que el resto? Ahí ganan una parte de la batalla. ¿Tan seguros estamos de que la cosa no va a llegar a mayores que nos quedamos plácidamente en casa mientras se desmorona el sistema legal en el que se basa nuestra convivencia? Ya sabemos desde hace tiempo de qué van el escorpión y sus aliados, fieles a sus instintos. Pero lo nuestro, esta indignación de salón o de móvil y esta parsimonia que raya con la indiferencia, también es para hacérnoslo mirar.

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