Soy consciente de que voy a ser el enésimo columnista que se ocupa del tema y que, con toda probabilidad, no voy a añadir nada nuevo. Por el contrario, es más que seguro que repita alguna reflexión, pero no he leído a todos los que me han podido preceder y es difícil evitarlo. De la misma forma, tampoco puedo evitar escribir del acontecimiento que provoca estas líneas: la detención hace días del ecologista Juan Clavero. A él no lo he tratado nunca de forma personal, aunque bien es cierto que, en su faceta pública, lo conozco desde hace décadas, y que también, como ciudadano interesado, he seguido su larga carrera de militancia en el ecologismo. A lo largo de tantos años, he podido estar o no de acuerdo con sus acciones, pero lo que tengo muy claro ahora es que creo firmemente en su relato de los hechos. Sé que no soy el único y cada cual tendrá sus razones para lo mismo. Personalmente, a mí la impresión que me transmite la historia es de oscuridad y de inverosimilitud. Hay algo oscuro en todo el desarrollo de los acontecimientos, algo que lleva de forma inevitable a la duda. Por añadidura, la asociación de una persona como él con asuntos de droga resulta de lo más inverosímil. En eso parece existir una clamorosa unanimidad. Llegados a este punto, lo que termina quedando en la mente es un amargo poso de inquietud, porque resulta de lo más desasosegante constatar que cosas como esta, que apuntan a descaradas prácticas mafiosas, puedan suceder en nuestro entorno más inmediato. En cierta forma, familiarizados estamos con la existencia de una narco guerra, admitida por instancias judiciales y fuerzas policiales, en el límite sur de la provincia, pero cuesta admitir que las mafias de la droga cobren una presencia tan determinante y cercana, y en territorios tan proclives a un ideal natural como la sierra. Y eso causa inquietud. Mucha.

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