Se ha presentado en Jerez estos días la Plataforma Laicista, bajo el paraguas de un movimiento de ámbito europeo y español, cuyo objetivo es desterrar del espacio público todo lo que huela a confesión religiosa, sobre todo, claro está, si es católica. Estas plataformas se presentan como garantes de la libertad de conciencia e igualdad de derechos, alejando a la ciudadanía de tentaciones dogmáticas, propias de tiempos en los que las sotanas mandaban mucho. Ellos vienen a salvarnos de clericalismos intolerables, en nombre de una nueva y a la vez vieja Razón: la marxista. El materialismo marxista y los nacionalismos emergentes llenaron Europa de cadáveres en dos guerras mundiales. Sólo en regímenes liberales de raíz cristiana en los que han dominado izquierdas y derechas civilizadas, fructificaron periodos de paz y avances sociales nunca conocidos. Estas plataformas quieren imponernos una nueva religión laica, progresista; vienen a nuestro rescate eliminando los símbolos religiosos del espacio público; cualquier mención religiosa debe quedar para la intimidad, porque se sienten muy ofendidos. El paradigma de este ciudadano laicista es la II República, su modelo el de una izquierda militante disciplinada. ¿Dónde queda el resto de los que no pensamos igual, de tantos y tantos que no se sienten ofendidos por lo que son? Este nuevo totalitarismo que se va imponiendo es preocupante, porque no entiende de razones, ni por supuesto, de libertad. En España lo tienen difícil; cada centímetro cuadrado de este país esta cuajado de un nombre, una leyenda, una historia, una tradición, un homenaje, una advocación, un recuerdo a la cristianización, injertada en nuestra realidad. ¿Van a arrancar de cuajo la historia, las costumbres, los usos sociales, las creencias del pueblo? Lo intentan, cada día; como si fuera el último.

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