Atentan contra la salud pública. Los telediarios, con tal de tenernos al tanto de lo que pasa, son una fuente de angustia inagotable. Después de años machacándonos la moral con las catástrofes financieras (que naturalmente habíamos provocado entre todos, al vivir por encima de nuestras posibilidades) y tras convencernos de que nos podíamos dar con un canto en los dientes cuando nos bajaron el sueldo -ya que eso era señal de que todavía estábamos cobrando uno-, ahora nos salen con otra entrega de esta novela de suspense que llamamos actualidad: muchos españoles se tendrán que jubilar después de muertos.

Y es que a veces, cuando se empieza a ver la luz al final del túnel, es cuando hay que echarse a temblar, sobre todo si esa luz no es la de la salida, sino la de una locomotora que viene a toda máquina dispuesta a pasarnos por encima. ¿O no es un poco macabra la idea que están sugiriendo de prolongar la edad de jubilación hasta los 75 años? Como broma está bien, pero como solución a los problemas que tenemos con el actual sistema de pensiones, más que una medida sensata, recuerda a aquel cuento de Jardiel Poncela cuando aconsejaba: "mátese usted y vivirá feliz."

No hay que ser ministro para ver que las cuentas no salen y que es imposible mantener a tantos jubilados cuando los jóvenes no ganan lo suficiente para liberar a los que ya trabajaron lo suyo. Pero si para resolver esta maldita ecuación, la solución que se propone no consiste en facilitar el trabajo a esos jóvenes, sino en fastidiar precisamente a los viejos, obligándolos a apencar hasta que el cuerpo ni les aguante, habrá que preguntarse si el mundo no está patas arriba.

Que esas personas mayores -las que tienen una edad más propia de estar bailando pasodobles y jugando al bingo que de andar subiéndose a los andamios- sean los que tengan que arrimar el hombro para sostener el Estado del Bienestar, es algo que se podría comprender en extrañas circunstancias. Pero en España, de donde tantos jóvenes salen huyendo porque no hay empleos dignos para ellos, plantear que sean los viejos los que aguanten en el tajo, sudando la gota gorda, mientras sus nietos no se estrenan ni a tiros en el mercado laboral, suena a chirigota.

Pedir a un médico, ya con el pulso temblón y chocheando, que siga atendiendo a unos pacientes cansados de no hacer nada, o a la maestra con la voz cascada que mande callar a los hijos de los que ni sueñan con firmar un contrato, no es una idea mucho más descabellada que la de obligar a los niños de ocho años a trabajar picando piedras.

Julio Verne se adelantó a su tiempo pronosticando que viajaríamos a la Luna como el que va a Chipiona. En lo que no acertó ni de lejos es en calcular quiénes son los que trabajarían cuando el futuro trajera máquinas que limpian el polvo ellas solas y coches que circulan sin chófer. ¿Los adolescentes fogosos? ¿Las universitarias con ganas de comerse el mundo? ¿Los padres de familia? Frío, frío.

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