Justicia para Djiblo

Mi padre me empujaba hacia aquel viejo hombre, el viejo hombre arreaba su rebaño hacia mi padre

Me despegaría mi piel como se esquila la lana a las ovejas en el levante del verano. Pero la justicia divina es indiscriminadamente aleatoria. Me da igual, porque en el espejo no veo mi color negro sino lo negra que el espejo refleja que es mi vida. Ya sospechaba, con doce años, que no era justo que me casaran con un hombre mayor al que yo ni quería ni conocía. Yo era objeto de una negociación entre familias. Aquí una mujer es lo que vale un cordero. Nadie me preguntó. Ni me informó. Una injusticia, pero yo nada sabía de la señora de la balanza y la espada. Como ella, yo vivía con los ojos vendados. Sí vi que mientras salía de mi choza y mi padre me empujaba hacia aquel viejo hombre, el viejo hombre arreaba su rebaño hacia mi padre. Pisé todas sus cacas redondas. Fue una premeditada interpretación de mi futura vida. No sé contar las cabezas porque jamás me llevaron al escuela. Soy analfabeta. Eso debe ser malo porque es no saber nada. Ni si quiera lo qué vales. Al menos podría saber cuántas cabras cuesto. No hay derecho. Pero tampoco se lo qué es el derecho. Yo le pongo a mi marido la comida cuando tiene hambre. Primero le sirvo a él porque es él quien dicen que necesita más energía. Como llegue necesitado se come la olla entera y yo me quedo sin nada. Luego labro la tierra y si queda algún resto ingiero algún alimento. El ardor de mis tripas se queja sin saber decir que es abusivo. Así llevo veinte años. Soy un trozo de carne para un hombre que me copula como lo hacen los animales en época de monta. No me habla ni le pregunto. Me conformo con el silencio. Soy mujer. Soy negra. Soy analfabeta. Aro la tierra en la que vivo con mi marido y mis hijos. Cuido mi ruina y ahora mi esposo se quiere divorciar. No me importa. Soy una cabra más para él. Pero me quiere quitar la tierra donde he pastado, ya, veintidós años. El Fondo ODS me presentó a una abogada que me enseño mis derechos, a regular mi situación legal y económica, y a luchar por el pedazo de terreno que quería quitarme mi esposo. Ahora tengo una identidad. Soy Djiblo Beatrice, estoy registrada en San Pedro de Côte d'Ivoire, África. A través de los servicios de la Asociación de Mujeres Juristas, unas 12.997 personas se han beneficiado de consultas gratuitas sobre derechos legales. Hoy mi espejo no es el que tengo colgado en la pared de mi chabola. Son los papeles en los que veo que la justicia ha restablecido mi confianza para no desear esquilar mi piel. Sino a sentirme orgullosa de ser negra, libre, tener derechos y no ser analfabeta.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios