Justicia y reflectantes

En esta democracia catalanista, la Justicia será una emanación natural del 'president'

Ya hemos oído, tal que el lunes, al presidente del Parlament, don Roger Torrent, afirmando que "ningún juez puede perseguir al presidente de todos los catalanes". De donde se deduce que el el señor Torrent, pese a parecer un hombre con estudios, cree que la ley sólo es respetable si nos beneficia. Es decir, cuando la ley se parece, extrañamente, al árido y voluble arbitrio del autócrata. Algo así han debido pensar, por su parte, los jóvenes que han marchado a cortar la carretera de Figueras con el chaleco reflectante puesto. Jóvenes que se aprestan a entorpecer abruptamente la convivencia en su país, pero que no quieren, sin embargo, infringir las normas de tráfico, no sea que los atropelle un insensato.

Debemos considerar, por tanto, una involuntaria muestra de sinceridad cuando los independentistas dicen que en España hay una alarmante falta de democracia. Y así es: gracias a la seductora fábula del nacionalismo y a la turba juvenil que la secunda, el trabajo de jueces y policías, o el propio funcionamiento del Parlament, se ven gravemente dificultados. ¿Podíamos llamar democracia al País Vasco de las últimas cuatro décadas? Sólo nominalmente, y en tanto se ciñera a los perseguidos por el crimen abertzale, pero no, desde luego, a quienes consideraban a ETA un mero error estratégico, del que recientemente se lamentaba (del error, no de las víctimas) don Xabier Arzalluz. Del mismo modo, el señor Torrent y la juventud reflectante quizá hayan descubierto que la democracia catalana no necesita de los jueces, y tampoco de esa turba insidiosa y ruin que no comparte -incomprensiblemente, imperdonablemente- sus ideas. En esta democracia de tipo qatarí, o si lo prefieren, en esta democracia fordiana (recuerden a Henry Ford cuando decía: "El cliente puede tener su automóvil del color que desee, siempre y cuando sea negro"); en esta democracia catalanista, repito, las personas como el juez Llarena no son necesarias, porque la Justicia será una emanación natural del president, o una exudación lírica del alma catalana, pero nunca, ¡nunca!, una vulgar aplicación de las leyes.

Para ese tipo de vulgaridades sólo se puede contar con franceses y alemanes, que conocen sobradamente cuál es el precio y la sugestión, cuál la sima inabordable que abre el nacionalismo. No cabe compadecerse, pues, del infortunio de don Carles Puigdemont, salvo como hombre abandonado a su suerte. En tanto que político, su desgracia es la perduración de la democracia en Europa.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios