Cuarto de Muestras

Kioscos

Los periódicos eran por sí mismos objeto de atención y devoción y no regalaban nada

En mi infancia la llegada de los periódicos era sagrada y seguía una liturgia. Nunca estuvimos suscritos así que había que ir a comprarlos. Primero nos peleábamos los hermanos respecto a quien le tocaba ir al kiosco. Después el que fuera pedía que otro le acompañase. Así hasta que mi madre ponía fin a las discusiones, daba el dinero y decía, venga, que tu padre está esperando los periódicos.

Había kioscos por doquier y eran un regalo visual que se desplegaba en plena calle. A algunos le salían una suerte de alas en las que dejar apoyados periódicos y revistas al modo de plumas muy encajados unos sobre otros. El olor a petróleo, tinta y papel sucio me hacía aspirar el aire como si estuviera conteniendo un ataque de ansiedad. Los periódicos tenían distintos tamaños, distintos titulares, distinta ideología, distinto atractivo. Los periódicos eran distintos y sugerentes. Los periódicos eran por sí mismos objeto de atención y devoción y no regalaban nada.

Sobre el mostrador el dueño del kiosco tenía atada una guita de lado a lado a modo tendedero del que colgaban juguetillos ínfimos de domingo: sobres de soldados de la segunda guerra mundial o de indios y cowboys para los niños, cartones con cacharritos de cocina o de peluquería para las niñas. Mi hermano Manolo como tuviera un céntimo en el bolsillo, se hacía el mayor y me compraba una de esas fruslerías. Toma anda, deja de dar la lata, me decía queriéndose quitar importancia como hacen los adultos.

El Kiosco estaba tapizado por fuera de revistas especializadas, científicas o históricas por un lado, frívolas o de papel couché por otro y, en la parte trasera, las cochinas con mujeres contorsionadas medio en pelotas mirando al infinito. El kiosquero apenas si tenía espacio para girarse, cobrar, vender tabaco, las estampitas de los álbumes Maga, novelillas, fascículos y algunas chuches que servía con sus dedos renegridos por la tinta de los periódicos. Al llegar a casa había que darle todos los periódicos a mi padre que los repartía con un indescifrable criterio.

Los kioscos de prensa desaparecen con los periódicos de papel y con ellos su paisaje, su poesía y su reclamo. Es prodigioso tener todos los periódicos gratis en internet, pero son otra cosa: apenas titulares, palabras que se olvidan al instante. La lectura reposada y placentera es hoy más difícil que nunca. Disfrutemos del privilegio del papel mientras dure.

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