La tribuna

Lecciones de democracia en Venezuela

CUANDO nadie daba un duro por la derrota de Hugo Chávez en el referéndum sobre la nueva Constitución, cuando se daba por cantada la victoria del sí, el bocazas venezolano enmudeció, acallado por un pueblo para el que el "bozal de arepa", la compra de voluntades, no sirvió esta vez.

Toda una lección de democracia la que nos ha dado el pueblo venezolano, de la que podemos aprender muchas cosas. Por ejemplo, que cuando hay algo esencial para todo un pueblo, la unión de todos es fundamental. Y otra más, que la prebenda, la subvención, la mordida, funciona hasta un límite, pero no más allá.

Es más que probable que al fin este señor nos deje en paz, y que terminen esas amenazas de matón de barrio con las que nos ha perseguido desde el gran éxito mundial que ha resultado ser el "por qué no te callas", de la última Cumbre Iberoamericana. Ya se terminarán esas injerencias en nuestros asuntos internos, y ese intervencionismo que ha intentado tener cara a nuestras próximas elecciones. Hará bien Zapatero en recordarle el "por qué no te callas", porque si continúa hablando y se convierte en el baluarte de su campaña, la derrota en los comicios se hará sin duda, realidad.

La derrota de Chávez tiene unas consecuencias impredecibles, tanto para él como para los Estados que viven de él. Ha sido un fracaso singular, porque le ha ganado un enemigo sin una cara concreta. No ha sido una derrota provocada por partido político alguno, sino que la clave ha estado en el auténtico clamor popular. No hay nadie a quien desacreditar, a quien denigrar, a quien amenazar. Como comenta una colega venezolana, "Venezuela reconoció la importancia de vivir en democracia... quizás es que estamos comenzando a madurar".

Una de las lecciones a aprender, con ocasión de la derrota de Chávez, es que la democracia no puede ser coartada para imponer sólo la verdad de una parte de un país. En los grandes asuntos, lo importante es el consenso de la gran mayoría, y no intentar aplastar al contrario con la excusa de una votación.

Si dicen que en cuestiones de economía, los que constituyen derechos fundamentales para un Estado no pueden someterse al mercado, en política, lo que se refiere al bien común de todos, a los hechos esenciales de su historia y a su porvenir, no pueden decidirse por una simple mayoría. Y recuerdo temas para nuestro país, tan necesarios de abordar como la memoria histórica, el terrorismo, la configuración del Estado o la inmigración, que no pueden afrontarse si no es a través del consenso y la grandeza de miras.

Y Chávez ha caído en la tentación de querer imponer su idea de Estado, legítima, qué duda cabe, pero que la pierde cuando la intenta aplicar mediante atajos como los de intentar perpetuarse en el poder, y así tener manos libres para hacer lo que le parezca. Eso no es democracia, sino valerse de ella para imponer sus ideas a los demás.

Algo muy similar está pasando en Bolivia con Evo Morales, que también intenta imponer una nueva Constitución, mientras en seis de sus nueves regiones se declara una huelga de hambre. Y todo por diseñar una carta magna hecha a la medida de un país que ya no existe, como intentando recuperar un mundo perdido. Porque, en vez de reflexionar con justicia y objetividad sobre lo sucedido en los últimos quinientos años, se intenta pasar por encima de ellos, como si nunca hubiera sucedido, trayendo del pasado mitos que han perdido la vigencia para gran parte de la población, tan boliviana como cualquiera, pero que vive y piensa de otra forma.

Nuevamente podemos encontrar similitudes con nuestras concepciones nacionalistas más retrógradas y arcaicas, empeñadas en resucitar fabulaciones, las más de las cuales únicamente existieron en la mente de nuestros antepasados más lejanos.

Y para finalizar, resulta difícil emitir un pronóstico sobre las consecuencias políticas del resultado del referéndum sobre Chávez y sobre Venezuela. El golpe ha sido duro, en alguien que no sabe perder, ni resiste que le lleven la contraria. En cualquier otro país del mundo, su dimisión sería la lógica consecuencia, algo por lo que pocos serán capaces de apostar en este caso. Sí me atrevo a pronosticar que la estrella de Chávez se va a apagar, y con ella la de los demás dirigentes que se alimentan de sus limosnas. Pero esto será rápido o lento en la medida que la oposición venezolana aprenda la lección que ha dado su pueblo. Porque no hay que olvidar que Chávez surgió en el pútrido escenario político que era Venezuela entonces. Como una enfermedad nosocomial, tan difícil de atajar.

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