Se había cerrado el cielo con envejecidos vellones grises, y se escondía el sol. En la calle hacía frío, pero dentro del autobús se estaba bien, arrebujada en mi bufanda, viendo a la gente pasar luchando con los paraguas retorcidos por el viento.

Era una imagen que se asemejaba a la de un sueño, porque tras los cristales emborronados por las gotas de la tormenta, los transeúntes aparecían desdibujados, caminando entre los charcos, apresurando sus pasos camino de sus casas o alguna de las cafeterías del centro; guareciéndose del temporal que había convertido la playa en una bestia colosal que daba sus dentelladas fabulosas de sal para morir en la arena.

El autobús de la línea 15 seguía detenido en la parada, con el motor en marcha y las luces encendidas. Dentro estábamos sólo el chófer, un chico escuchando música con sus cascos puestos, y yo.

El conductor miró el reloj en el salpicadero, resopló con aire cansado, y puso el vehículo en marcha. "Hoy no te veré", pensé mientras abandonábamos la marquesina. "Llueve y estarás detrás del mostrador".

Nunca me bajaba hasta que no volvía al punto de partida. Imagino que el chófer se preguntaría quién era aquella señora que cada día se subía en su autobús para no ir a ninguna parte, pero eso nunca me importó. Sentada al fondo del coche desgranaba las paradas con la esperanza de todos los días; aguardando como un crío que espera por su cumpleaños el mejor de los regalos.

Yo suspiré hasta que la lluvia volvió a caer enturbiando de nuevo el cristal, y tú… tú te tocaste los dedos con tus labios trémulos y me lanzaste un beso mientras me alejaba bajo la fina cortina de agua.

Entonces me bajé en la siguiente parada, caminé calle arriba, aun bajo la lluvia, y tras meses tomando aquel autobús de la línea 15, fui a buscarte.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios