Malos olores

No podemos, aunque nos gustaría, prescindir del olfato para entender la política española

Hubo un tiempo en que los críticos solían mentar a los de Podemos el agua y el jabón, presuponiendo que no los gastaban. Pilar Cernuda lo dijo con todas las letras y la pusieron vestida de limpio. Me da en la nariz que esa crítica política higiénica ha decaído. Sería tentador hacer un estudio cronológico de ese insulto. Mi hipótesis es que ha ido perdiendo espuma a medida que el foco político pasaba de la movilización a pie de calle y del perroflauta anónimo a los excelentísimos señores diputados de Podemos. No todos son tan atildados como Íñigo Errejón y siempre nos quedará Alberto Rodríguez Rodriguez, pero su salario, sus privilegios y tanta atención mediática hacen que lo de los olores pase a un aséptico olvido o a una traviesa anécdota iniciática. Mejor para todos. Hablar de lo mal que huele siempre huele mal.

Sin embargo, yo no desterraría los olores del análisis político, siquiera fuese metafóricamente. Muchas posiciones se toman por intuición, por inercia, por magnetismo, por aproximación: según huelen. No es algo nuevo. A José Miguel Ibáñez Langlois le dio para unas páginas hilarantes sobre lo que era de derechas y lo que era de izquierdas. Para él, amar todo lo azul, gustar de Mozart o tener padre son acciones de derecha; mientras que tener madre, hablar con voz muy alta por teléfono, odiar los uniformes o desnudarse con suma rapidez son acciones de izquierda. Alguna vez añadí que las camisetas son de izquierda y los polos de derecha, que el croquet es carca y el senderismo rojea, que el tabaco es reaccionario y la marihuana progre, que la naturaleza es izquierdista y el campo conservador o que la intelectualidad es progresista y el ingenio, retrógrado... Podríamos seguir, pero lo importante es destacar hasta qué punto el olfato importa en nuestros juicios políticos.

Sólo eso puede explicar que Podemos se haya enfangado recibiendo las familias de los agresores de Alsasua. La Guardia Civil les huele a derechas de toda la vida y, por eso, los macarras que les pegan una paliza a dos muchachos de la Benemérita y a sus novias les resultan perfumados compañeros de viaje. El propio Pablo Iglesias los apoya sin haberse leído ni el auto judicial sobre los hechos, como ha reconocido. O sea, sólo por el olfato y por los consiguientes tics nerviosos de la ultraizquierda. Tal irresponsabilidad, incapaz de distinguir entre víctimas y matones, huele peor que nunca.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios