Monjas en los periódicos

Estoy convencido de que si el mundo no explota es gracias a que aún quedan monjas contemplativas

EN los últimos días hemos leído noticias en los medios de comunicación en las que las protagonistas eran comunidades de clausura de Sevilla. Generalmente son noticia por sus necesidades económicas y por las malas condiciones de conservación en que se encuentran sus edificios, pero llama la atención que se les imponga una multa por restaurar un órgano que llevaba años en malas condiciones, alegando que se ha hecho a espaldas de las autoridades encargadas de velar por el patrimonio.

Sevilla es una ciudad que tiene el privilegio de contar con quince comunidades de clausura, sin incluir las de la provincia. Digo privilegio, y digo bien, porque una sociedad que no valore el que algunos de sus integrantes se dediquen a la contemplación es que está enferma. Discutir sobre la utilidad de la vida contemplativa es un tema tan superado como el considerar que trabajo es solamente el manual y no el intelectual. Las monjas se retiran de la actividad mundana, de la competitividad sin límites, de las ansias frenéticas de poder de la sociedad de consumo y de tantas cosas absurdas como nos rodean. Quien no lo entienda así es que está inmerso en esa patología obsesiva en que se ha convertido la sociedad que llaman del bienestar, habría que añadir, de unos pocos a costa del malestar de muchos.

Las monjas de clausura necesitan ayuda. Hay muchas formas de hacerlo y, como dice el evangelio, que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda. Como cualquier persona de bien, intentan vivir de su trabajo. Los exquisitos dulces están a la venta no solamente en Navidad, sino durante todo el año y con el placer añadido de poder acudir al convento a adquirirlos directamente. Ese breve contacto con la voz que nos responde al otro lado del torno nos transporta a un mundo espiritual y sereno que tenemos cercano, pero al que muchas veces permanecemos ajenos.

Durante todo el año podemos consumir sus magdalenas, bollitos, yemas, mermeladas, pastas y otras exquisiteces caracterizadas por la calidad. Y no son tan caras; apenas hay diez céntimos de diferencia entre una magdalena artesanal y las industriales. También hacen otras labores como bordados, encuadernación, decoración de figuras y velas, todas ellas con la filosofía del amor a lo bien hecho. Estoy convencido de que si el mundo no explota es gracias a que aún quedan personas como ellas dedicadas a la vida contemplativa.

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