La mesa redonda sobre el aforismo y el humor nos salió, como era muy de esperar con ese título, bastante grave y circunspecta. Sobre todo, cuando nos preguntaron acerca de la relación entre las religiones y el humor, y mi compañero de mesa, el poeta Javier Salvago, dijo que él no le veía la relación por ninguna parte y que, de hecho, pensaba que las religiones son una cosa funesta, y yo, sin embargo, sugerí que veo la gracia en el cristianismo allá donde lo miro. Salvago y yo emprendimos nuestra particular guerra de religión con la mejor de las disposiciones, pero entre el público cundió la incomodidad del tema delicado. Mi tesis era que, sin fe, lo normal era lo de Salvago: no verle la gracia a la religión y verle el humor negro a todo lo demás. En cambio, uno da el salto de la fe que decía Kierkegaard, que ya, desde fuera, es la cabriola de un bufón, y todo se vuelve irremediablemente exacto, sorprendente y mondante. El moderador, en aras de la moderación, cambió de tercio antes de que yo pudiese explicarme. Quizá hizo bien, porque a ver cómo se explica bien eso.

Con independencia de lo que se crea, el ser humano tiene una nostalgia de un universo dirigido por un Ser Supremo que tiene golpes de humor y dejes de ironía, garante de una justicia suprema que, a menudo, resulta una justicia poética. Esa nostalgia se ha bautizado (con perdón) con el nombre laico de karma.

El karma (a diferencia de la providencia) no lo niega nadie. Hace unos meses la Guardia Civil, por ejemplo, rescató a dos montañeros independentistas que pretendían colocar una estelada en el Pico de Alba, a más de 3.000 metros. El Estado Opresor estuvo Oportuno, y sacaron de allí a los heridos en helicóptero, tras atenderlos toda la noche. No sé si les quedaron ganas de seguir colgando esteladas. Es posible, pero mejor del balcón de su casa, seguramente.

La última del karma ha sido el cuponazo. Unos senadores andaluces del PP volvían a casa de aprobar la aplicación del 155 y en el aeropuerto vieron un número de la ONCE que acaba en las cifras mágicas. Muy juguetones, lo compraron. ¡Y les ha tocado! Supongo que a los nacionalistas, por lo que decíamos de una fe de base para el humor, no les hará ni pizca de gracia. Pero este "Ni cup ni cupo, cuponazo", tiene su chiste. Un chiste de un montón de miles de euros, encima. Si no hay Nadie que maneja los hilos del azar con humor, que venga Dios y lo vea.

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