Está como de vuelta de todo. El presidente del Gobierno, cuando lo acosan a preguntas en el Congreso, se encoge de hombros. Si son periodistas, les brinda un bostezo. Pero es normal que don Mariano pierda la ilusión. Aunque el trabajo de presidente quizás no sea tan aburrido como el de enlatar berberechos en Cambados, es justo reconocer que hasta de gobernar países se puede acabar cansando uno. Y más cuando ni siquiera merece la pena quedarse en pijama, sin salir, porque cuando la casa en la que vive uno se llama La Moncloa, al sonar el telefonillo no suele ser para echar propaganda en el buzón, sino porque viene a merendar una primera ministra o algún jefe de Estado que pasaba por allí.

Visto desde fuera, bregar con todo ese jaleo de la independencia de Cataluña, capear el temporal de la corrupción o encender la tele y ver que hasta los dictadores bolivarianos te la tienen jurada, podría parecer una vida apasionante. Pero cuando a uno lo que le gusta de verdad es salir al monte, o echar la partida en el bar del pueblo, todo esto del poder se hace muy cuesta arriba.

A veces esa pachorra de Rajoy (que es el primer presidente en España que podría haber compaginado su cargo en el Ejecutivo con el puesto de dalai lama) ha podido convenir al ajetreo que se estaba viviendo en las calles. Soy de los que piensan que no lo hizo mal dejando enfriar la olla a presión independentista, cuando muchos le estaban reclamando poco menos que sacara los tanques y acuartelara a la Legión en la Barceloneta.

Pero todos los problemas no se alivian amuermando al enemigo. Plantearse el gobierno de un país como quien se gana la vida de anestesista puede acarrear graves riesgos para la salud de ese país. Sobre todo porque esperar sentado puede ser una magnífica decisión cuando el problema que tenemos por delante es una sopa hirviendo. Sin embargo, los problemas que apremian hoy a España no se arreglan ni soplando la cuchara ni cruzándose de brazos hasta que se enfríen.

Por eso, cuando le preguntan por la cochambre de su partido en Valencia, y responde como si le preguntaran por los resultados de la liga turca de hockey; o cuando le preguntan por la brecha salarial entre hombres y mujeres, y contesta que en esas cuestiones lo mejor es no meterse, solo se me ocurren dos posibilidades: o que practicando la meditación trascendental ha emprendido don Mariano un viaje hacia el nirvana que ya no tiene vuelta atrás, o que estamos ante el tío más cínico que se haya podido sentar en Las Cortes desde que colocaron allí las sillas.

¿Sabe usted que incluso el camarero más lento del mundo, cuando trabaja en la cafetería del AVE, es capaz de servir whiskies a 300 por hora? ¿Y que los relojes parados dan la hora exacta un par de veces al día? Son las preguntas que nos deberíamos empezar a hacer si queremos alcanzar, no digo yo la paz interior, pero al menos ese grado superior del conocimiento que hace que lo que pase a tu alrededor lo mismo te dé ocho que ochenta.

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