PRETÉRITO PERFECTO

Manuel Romero Bejarano

De la Medina a la Ciudad Monumento (V)

POCAS (si exceptuamos las producidas por los diferentes conventos que se establecieron en la ciudad) fueron las intervenciones que se realizaron en las calles y plazas de la ciudad durante la Edad Moderna. Decíamos que el Ayuntamiento era un verdadero desastre, incapaz de operaciones urbanísticas importantes. Entre las más destacadas de las obras públicas podemos señalar el ensanche de la plaza de San Dionisio, efectuado a partir de 1518, para dotar a las Casas Capitulares (las existentes en esa fecha, pues las actuales fueron terminadas en 1575) de un amplio espacio delante, exaltando de esta manera el poder cívico en una intervención urbanística muy en sintonía con el pensamiento renacentista.

Un caso diferente es el de la plaza del Arroyo. Esta vía urbana recibe ese nombre por una corriente de agua salobre que nace en las inmediaciones de la actual iglesia del Carmen y baja hasta enfilar la plaza Peones, la calle Curtidores y la propia plaza del Arroyo, para salir del recinto murado en un principio por una abertura llamada Caño de la Villa y con posterioridad por la puerta del Arroyo. Al no ser el agua potable, el arroyo de Curtidores era aprovechado por estos profesionales y los carniceros como canal de desagüe para sus oficios, que generaban vertidos pestilentes. A mediados del siglo XVI la situación en las inmediaciones del Arroyo tenía que ser insoportable. Al mal olor había que unir el problema de las inundaciones de las casas cercanas que se producían los años de fuertes lluvias al desbordarse el curso de agua. Las primeras propuestas para cubrir el curso de agua y crear allí una plaza llegan al Ayuntamiento en 1573, sin embargo las obras no se iniciaron hasta once años más tarde, prolongándose hasta 1598. La nueva plaza pasó a convertir en habitable y salubre una de las que habían sido las zonas más marginales de la ciudad. Además con la construcción de la nueva colegiata, iniciada en 1695, y la remodelación urbanística del entorno del nuevo templo con la edificación de las rampas y escaleras que salvan el desnivel entre la plaza y la puerta del templo en un espacio conocido como Reducto, la plaza de Arroyo pasó a convertirse en uno de los sectores más elegantes de Jerez. Buena prueba de ellos son los palacios de Bertemati y de los Condes de Puerto Hermoso, que abren sus fachadas a este espacio urbano.

La construcción de la colegiata de San Salvador supuso una transformación urbana radical de esta zona de la ciudad y no sólo por la creación del Reducto en sustitución del barranco que salvaba hasta entonces el desnivel. La nueva iglesia era de mayores dimensiones y tenía una orientación distinta a la anterior. Para crear el solar del nuevo edificio fue necesario demoler algunas casas, y algunas otras más para crear delante de la nueva colegiata un amplio espacio vacío que dotase de perspectiva a la nueva mole. Así, desaparecieron varios inmuebles de las calles de la Rosa, Aire y de la zona delantera del templo.

Un fenómeno muy frecuente a lo largo de toda la Edad Moderna, en especial durante el siglo XVIII, fue el de la clausura de callejuelas sin salida. En su mayor parte estas calles quedaban como almizcates, y de hecho aún existen una infinidad en todo el centro histórico, que se cerraban al paso público para evitar la acumulación de basura. Hasta el siglo XIX no existió un servicio de recogida de basuras en Jerez y los vecinos estaban obligados a depositar los desperdicios en lo que la documentación de la época denominaba muladares. Estos muladares se ubicaban a las afueras de la ciudad y eran sencillamente trozos de terreno señalados con unos palos. El problema era que la mayor parte de los vecinos no respetaba las ordenanzas del Ayuntamiento y arrojaba la basura donde le venía en gana, aprovechando para tal efecto los callejones de poco tránsito. Los habitantes de estas callejuelas acudían una y otra vez desesperados al Municipio que era incapaz de solucionar el problema, por lo que poco a poco fue permitiendo que estas vías se cerrasen, para evitar el inconveniente de la basura.

Sin embargo también hubo casos en que la acumulación de desperdicios se utilizó como excusa para aprovechar las calles como espacio urbanizable, como demuestra Fernando Aroca en su tesis doctoral, siendo el caso más destacado el de la casa hoy conocida como Bertemati, levantada por la familia Dávila en la década de los setenta del siglo XVIII y que absorbió nada menos que cuatro calles preexistentes para su construcción.

Otras intervenciones urbanísticas de interés realizadas en el siglo XVIII consistieron en la disposición estratégica de edificios de nueva planta, de modo que ordenaban el espacio urbano en una suerte de escenografía cuyo origen hay que buscar en las fastuosas intervenciones efectuadas por los últimos papas renacentistas en Roma. Así, encontramos la casa que sirve de bisagra entre las calles Lealas y San Francisco Javier, levantada en 1773 y que presenta una fachada que se articula en ambas calles con el aspecto de una edificación religiosa; el palacio del Marqués de Villapanés, construido a partir de 1766 entre las calles Empedrada y Cerrofuerte, y la pequeña capilla de la Yedra, que ya existía en 1724 pero que fue reconstruida en 1774 y que crea una hermosa distribución de este frente de la plazuela Orellana, uniendo de modo armónico las calles Empedrada y Sol.

Por último (y si exceptuamos la arquitectura bodeguera cuya importancia hace que le hayamos dedicado un epígrafe aparte) la única zona de expansión de la Ciudad en la Edad Moderna estuvo en los Llanos de San Sebastián, que comenzaron a ser ocupados con edificaciones a mediados del siglo XVIII, siendo la construcción más importante el Palacio del Marqués de la Montana (hoy conocido como Palacio Domecq) que se levantó a partir de 1773, ennobleciendo uno de los principales accesos de la ciudad, como era el camino que se dirigía hacia Sevilla.

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