En los últimos días no dejo de pensar en todas las cosas que he hecho en los últimos veinte años de mi vida. En la vida todo tiene una explicación y ésta les aseguro que la tiene. Hoy se cumplen 20 años del asesinato de Miguel Ángel Blanco, un día en el que sólo puedo decir que cualquier homenaje a este joven héroe se queda corto por lo mucho que le debe este país. El intento frustrado de unos pocos de enturbiar un aniversario, que ojalá nunca hubiéramos tenido que celebrar, no ha hecho más que reforzar la unión que significó el "Espíritu de Ermua", con más de seis millones de españoles manifestándose al grito de ¡basta ya! en la lucha contra ETA. Miguel Ángel Blanco no es un símbolo ideológico. Miguel Ángel Blanco es un símbolo de libertad en un Estado que desgraciadamente conoce desde hace mucho tiempo el dolor que se siente tras un atentado terrorista.

Comenzaba la columna reflexionando sobre mi vida en los últimos veinte años. De todo ese tiempo me quedo con el haber tenido la suerte de poder formar una familia con tres hijos, una opción que jamás tendrá Miguel Ángel Blanco. Volverán a preguntarse por qué de nuevo hablo de mi experiencia personal para escribir sobre el joven de Ermua, pues porque al acceder a su web oficial, a la que invitó a entrar, lo primero que uno se encuentra es una pestaña que habla de su corta pero intensa vida, plagada de imágenes de un bonito álbum familiar.

Casualmente, veo que cuando le arrebataron su vida tenía un año menos que yo. Y ahí quería llegar. Al margen de cualquier polémica absurda, Miguel Ángel Blanco era una persona corriente, con familia, amigos…un trabajador que el día que recibió dos tiros en la nunca venía de comer de casa de sus padres e iba a atender a un cliente. Le robaron su vida porque unos terroristas querían chantajear al Estado con el acercamiento de presos de ETA a Euskadi. Un ultimátum en el que sus padres dieron toda una lección de generosidad a un país destrozado. Que al menos tengan el consuelo de que los españoles sólo tenemos palabras de gratitud.

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