Moda populista

El auge nacionalista ruso de Putin defiende un pretendido pasado glorioso e intenta esconder su lado funesto

La última moda del populismo nacionalista es buscarse enemigos exteriores. Funciona en todas partes, menos aquí; en España nos apañamos con los enemigos internos. Theresa May ha conseguido mejorar su popularidad como primera ministra del Reino Unido, plantándole cara a Putin por el envenenamiento en Salisbury del antiguo espía ruso Sergei Skripal y su hija. Curiosamente, el agente doble había sido reclutado por los británicos durante su estancia en España, con complicidad del CNI, y ha pasado temporadas en un apartamento de multipropiedad comprado por el M16 cerca de Málaga, según ha contado The Times. Como ven, hay turismo de sol y playa, turismo cultural, turismo sanitario y hasta turismo de espías. Total que a May le ha salido a cuenta acusar al oso ruso del intento de asesinato.

A Putin estas maneras también le resultan rentables. Lo han convertido en un nuevo zar, un padrecito que ha prometido a los rusos exactamente lo mismo que Trump a los americanos: hacer a Rusia grande de nuevo. La añoranza del imperio soviético, al que tanto él como Skripal sirvieron como espías, tiene tirón. La guerra de Siria, que está ganando solito el ejército ruso; la anexión de Crimea, la ocupación del este de Ukrania le han valido un récord en las elecciones del domingo pasado: tres de cada cuatro votantes apostaron por él. ¡Le votan hasta quienes piensan que es un déspota!

El auge nacionalista ruso defiende un pretendido pasado glorioso e intenta esconder su lado funesto. Sólo así se explica que hayan prohibido allí la comedia británica La muerte de Stalin, "porque humilla a los rusos". Esta excelente sátira, heredera de películas como To be or not to be de Lubitsch, retrata el clima de despotismo, terror y sumisión en el que vivió la cúpula del PCUS durante los crímenes estalinistas. Los regímenes autoritarios no tienen sentido del humor. Ni mucha imaginación: aquí, durante la dictadura franquista se atribuía machaconamente la condena del mundo libre a un complot judeomasónico internacional.

Ahora nuestro particular populismo nacionalista se trabaja los enemigos internos. Para la fantasía soberanista del procés la mitad de la población que no les sigue está compuesta por "malos catalanes". Las instituciones que se defienden de un golpe de estado secesionista practican "la represión". Los autores de los presuntos delitos de rebelión, desobediencia y malversación son "presos políticos". Y con esa munición consiguen movilizar a sus seguidores con facilidad. Esta moda es un dolor de cabeza para las democracias. En todas partes.

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