Como ya de por mí voy agobiado, iba con la lengua fuera a hacer unos encargos de mi mujer, acelerando, aparcando, bajando de un salto, zigzagueando, poniendo las luces de posición, iba como podía, cuando, por la boquita abierta para coger aire, me tragué un mosquito. Me llegó, con la velocidad mutua, hasta el esófago y aún zumbaba. Podría haber intentando escupir, pero fui un hombre serio y apechugué. Además, una imagen lírica cruzó mi imaginación. Me vi como una golondrina de ésas que alegran nuestro paisaje, yendo a toda pastilla a ras de suelo de aquí para allá atrapando, precisamente, mosquitos.

Me paré.

Miré a mis colegas volatineras con un guiño de complicidad, pero se me hizo evidente que, por muchas curvas vertiginosas que yo dé, no voy a conseguir su gracilidad ni su felicidad. Hice el firme propósito de no amargarme más haciendo el golondrino; además de que el mosquito, gastronómicamente hablando y hasta que Ángel León no diga lo contrario, no compensa.

Decidí dejarme de Colaus y escribir un artículo de autoayuda. No para ayudarle a usted, que no lo necesitará, sino literal: para autoayudarme con un autostop. Tengo que pararme.

Con el presente pasa como con un regalo a un niño. Educándoles les decimos: cuando te hagan un regalo hay que rasgar el papel del envoltorio, asombrarse mucho y dar mil gracias. A los mayores la velocidad nos impide romper el envoltorio del presente, que es un presente. Tendríamos que estar más atentos, y vamos, sin embargo, pasados de revoluciones, que puede que para Íñigo Errejón esté muy bien, pero que, para un carca, es el no va más de la contradicción interna.

Que vuelen las golondrinas, que nacieron para eso. Además de los presentes continuos, vivir es una fiesta. Cada vez que comemos, mosquitos aparte, es el universo entero el que nos ha invitado a almorzar y, cada noche, nos convida a dormir entre sus estrellas. Todo agradecimiento es poco. "Denken ist Danken", pensar es agradecer, dijo Heidegger y yo se lo agradezco y pienso también, con su permiso, que Tranquilizar es Trascender y que la Calma es el Alma.

Aunque tampoco hay que abusar tanto de la calma, caigo de golpe, como para dejar sin hacer los recados de mi mujer, no vaya a perderla (a la calma, digo, espero). Adiós, golondrinas. Y a ustedes, hasta mañana. Pararse -podría haber añadido Heidegger- es Empezar; y yo, con este minuto, ya he cogido aire (sin mosquitos).

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